domingo, 15 de enero de 2012

LOS RECOLECTORES DE ESTRELLAS (Cuento)

FREDDY SECUNDINO S.

Fuimos allí porque queríamos cumplirnos nuestro más preciado sueño infantil.
Habían transcurrido ya algunas décadas y, sin embargo, mi hermano Apolinar (Apo) y yo aún no olvidábamos aquella fantasía que durante tanto tiempo vivimos noche a noche en el patio de la casa paterna.
¿Y cómo se nos iba a olvidar?
De visita en nuestro pueblo natal, coincidimos con mi mejor amigo de la infancia, Casimiro (Casi), a quien le pedí que nos acompañara a "buscar" las estrellas que, según nosotros, habían caído al poniente del caserío.
-¿Te imaginas cuántas estrellas están allí, sin brillo y amontonadas? -reté a Casi, quien me miraba con el mismo azoro que cuando niño le contaba "historias increíbles", según su dicho.
Casi nació con ojos de camaleón: los mueve de manera independiente uno del otro.
De niño, su propio padre le puso el apodo de Camaleón, y niños y adultos así lo llamaban, pero yo siempre le he dicho Casi.
Ese día, asombrado por lo que le empecé a contar, con un ojo miraba a mi hermano y con el otro a mí, y a ratos con aquél me miraba a mí y con éste a Apo...
Nunca se lo dijimos a nadie, hasta ese día veraniego en que Apolinar y yo decidimos ir al cerro -que está "para donde el sol nuere", como decía mi abuela- a recoger las estrellas que de niños vimos caer allí.
Casi aceptó acompañarnos hasta que le contamos la historia completa, no obstante lo difícil que sería, pues el nombre del lugar anticipaba lo complicado del acceso: Cerro del Machete.
Decidió vivir semejante aventura, con tal de sumergirse también en el recuerdo. A fin de cuentas, la inquietud que lo caracterizó de niño, no podía evitarla ahora que ya tenía nietos, a quienes les podría contar tan fantástico cuento. Sería, según nos dijo en el trayecto del azaroso camino, una manera de convencer a los niños de que ésa es una tierra que no pueden abandonar del todo.
¿Cuándo, alguno de ellos había visto caer una estrella?
Nunca.
En la ciudad donde vivimos, sólo se ven las más grandes... "Y ésas no se caen", diría Casi. Pero las que Apolinar y yo vimos caer, tendrían que estar donde vimos que caían.
Y allá fuimos, a revelar el misterio de lo que durante tanto tiempo habíamos mantenido como "nuestro secreto" y, de pronto...
-¡Una estrella! - sorprendió Apolinar, mientras con su machete cortaba con cierta desesperación los arbustos que tenía ante sí.
-¡Aquí hay otra! - dijo enseguida Casi, haciendo lo propio con su machete...
¿Una broma obvia?
¿Estrellas?
¿De las que hacía tantos años vi caer tantas veces?
Pronto se haría de noche.
Apo debió estar a unos diez metros de donde yo me encontraba sentado viendo morir el día, y Casi, como a la mitad del espacio que había entre mi hermano y yo. El mar se divisaba inmenso, mucho más inmenso de lo que me pareció la primera vez que estuve en la playa.
Las nubes ("aborregadas", como dicen en el pueblo) embellecían el arrebol y me habían embelesado: el sol parecía el rostro sonriente de un bebé travieso que se escondía entre las nubes... Era un colorido paisaje celestial único.
Al oriente está el pueblo de nuestra niñez primera, La Vuelta del Barco.
Desde allá, la puesta de sol es a la cinco de la tarde, cuando visto desde la playa el astro rey aún está en lo alto.
Nunca la habíamos visto desde una altura como la del Cerro del Machete.
Cansados de ir abriendo brecha y resignados a dejar de soñar con nuestra fantasía, los tres nos habíamos sentado unos minutos a descansar, mientras los rayos del sol enfriaban.
El Cerro del Machete pareciera una indiscreción de la naturaleza: es la única protuberancia de la tierra en varios kilómetros a la redonda de La Vuelta del Barco... De allí al mar, hay una extensa planicie sembrada de cocoteros. Desde las alturas, los tejados de los caseríos cercanos a la playa se divisan como pequeñas manchas rojas entre el verde intenso de los cocoteros, cortado por la esbelta línea gris que figura la carretera.
-¿Se imaginan cómo se vería todo esto hace muchos siglos, cuando, probablemente, había mar aquí donde estamos? -examinó Casi durante el descanso.
-¿Tú te imaginas si una ola gigante llegara hasta aquí y se queda mucho tiempo y luego se va... y tú lo ves todo? -resolvió mi hermano.
-¿Y las estrellas? -pregunté, y ni uno ni el otro dijo nada más.
La pregunta de mi hermano era similar a la que se le escuchó durante una clase, en tercer grado: libro en mano, el maestro explicaba la teoría de por qué se habían hallado restos de animales marinos en tierra firme, a muchos kilómetros de la playa.
El profesor, acostumbrado a la histórica hipótesis, no supo qué decir ante la interrogante de Apolinar.
Lo mismo le sucedió a Casi, esta vez.
Luego de un prolongado silencio, acordamos regresar a La Vuelta del Barco... ¡Sin tan sólo una estrella!
¿Acaso era pedir mucho?
En vano, habíamos estado otra vez, como lo hacíamos noche a noche Apo y yo en el patio de la casa, invocando a las estrellas con una canción que yo escribí en aquellos días maravillosos.
Anécdotas compartidas en la infancia...
Habíamos hecho un inventario de las cosas ya casi muertas, las desempolvamos y, uno tras otro, las acomodamos, con la avaricia y la solemnidad propia de los viejos que se obsesionan con ciertos recuerdos...
Yo recordé mi "canción de cuna", como la nombraba en aquel entonces, y les pedí que la cantáramos.
A mi hermano nunca se le olvidó, pero para que Casi también participara, tuve que cantársela antes de hacerlo en coro.
Con ella gané un concurso nacional de poesía infantil a los diez años, poco después de llegar a la ciudad. Le puse por título "Mi estrella fugaz".
Dice así:

Estrellita, estrellita
del cielo poniente,
ven aquí, chiquita,
con tu cola brillante.

Ven a nuestras manos,
estrella valiente,
si no, ¿con qué jugamos?
Anda, sé complaciente.

Si dejas el cielo
para ir a casa ajena,
ven, no vayas al suelo,
ven, no tengas pena...

Estrellita, estrellita
del cielo poniente,
ven aquí, chiquita,
con tu cola brillante.

¿Cómo olvidarla?
Noche a noche, durante días, semanas, meses, mi hermano y yo invocamos a las estrellas entonándola.
Lo hicimos decenas, centenas, tal vez miles de veces. Inclusive, dormidos, cada quien en su sueño, y creo que una vez coincidimos.
Mi madre nos despertaba al escuchar lo único que balbuceábamos una y otra vez, mientras los brazos de Morfeo nos cobijaban: "Estrellita, estrellita/ del cielo poniente... Estrellita, estrellita/ del cielo poniente..."
-¡Qué necesidad la de pensar que las estrellas cayeron en ese cerro feo! -nos decía mi madre, cual grabación, cada vez que nos despertaba.
Nuestras hermanas se burlaban de nosotros, y con razón: las fastidiábamos hasta el cansancio con nuestra tonadita.
Yo era empecinado, me enojaba con ellas cuando me hacían burla, y allí estaba, sentado en la tierra, esperando a que cayeran las estrellas, con la atención fija en el poniente... Muchas veces, me quedé dormido en el patio, arrullado con mi canción y sin ver caer ninguna.
El día que fuimos al Cerro del Machete por las que vimos caer, la cantamos entre risas. Luego de haber decidido regresar a casa -¿y sin ninguna estrella?-, entonándola en coro, mi hermano y Casi se levantaron y comenzaron a dar machetazos a diestra y siniestra en la maleza y... repentinamente aquel sueño se convertía en realidad.
-¡Una estrella... una estrella! -gritaban al unísono.
¿Estrellas?
¿De las que vimos caer hacía tantos años?
¿Dos estrellas?
¿Pero por qué sólo dos, si yo vi que cayeron muchas?
Además, ¿cómo era posible que ellos las hallaran primero que yo?
No olvido cuán difícil me fue, los primeros días que las vi caer, convencer a Apo de que me acompañara en el patio a vigilar el cielo poniente. Yo suponía que entre ambos podríamos inventar suficientes pretextos para lograr siempre el objetivo...
Era tanta mi obsesión, que no me importaba la burla de mis hermanas, ni los regaños de mi madre, quien no nos permitía estar fuera de casa después de las nueve y media de la noche.
Sin embargo, no me faltó ingenio para lograrlo.
A veces, como cuando íbamos al río a volar papalote, recolectaba piedritas para fingir practicar con la resortera mi "tiro al blanco nocturno", tirándole a las siluetas de las hojas de los árboles más altos, sembrados al poniente de la casa. Sólo tenía que soportar la cantaleta de mi madre diciéndome que tuviera cuidado, que podía lastimar a alguien...
Para fortuna mía, a la primera semana de cotidiana insistencia, mi hermano accedió acompañarme, pero cuando vio caer la primera estrella, se le metió en la cabeza la inoportuna ocurrencia de ir con la noticia a la escuela.
"¡¿Quééé?!".
Según él, todos nuestros amiguitos tenían que saber la noticia.
Y como yo era muy celoso con mi "descubrimiento", me opuse terminantemente.
-¡Si nosotros las vimos caer, son nuestras! -le reclamé.
En todo caso, yo consideraba que no había transcurrido el tiempo suficiente para contarlo. ¡Y mucho menos a alguien que no viviera en casa!
¿Quién creería el cuento de dos niños que buscan cómo escalar un cerro peligroso para ir a recolectar decenas de estrellas que, supuestamente, vieron caer allí?
¿Cómo contarlo?...
Más que una fantasía, lo considerarían una locura, y ninguno de los dos tenía edad para la locura.
Apo insistía en que había que contárselo a los niños de La Vuelta del Barco...
Hasta que se me ocurrió decirle que lo mejor era ir ambos, sólo él y yo, a buscarlas al Cerro del Machete, y llevarlas a un sitio cercano a casa, adonde nuestros amiguitos pudieran ir a conocerlas.
-¿Qué haremos con tantas? -preguntó.
Tenía razón.
¿Dónde las esconderíamos para que no las hallaran? ¿Cuántas veces tendríamos que escalar el cerro para recogerlas todas? ¿Y qué tal si eran muchas, muchas, muchas?
Acepté a medias su propuesta: ¿Con quiénes compartiríamos nuestro secreto? ¡Todos lo sabrían, más temprano que tarde!
¿Cuántos niños debían saberlo, que pudieran cooperar en la "recolección" rápida de tantas estrellas y que guardaran el secreto?
¿Se lo decimos primero a fulano?
No, mejor a mengano.
Prefiero a zutano.
No, más bien a perengano...
Era nuestra cotidiana batalla.
Además, ¿cómo se lo diríamos a nuestros padres y hermanas, si ya nos habían dicho una y otra vez que las estrellas caen en el mar, no en la tierra?
A decir verdad, mi mayor temor no era porque lo supieran los niños de nuestra edad, sino los mayores.
A los niños, bien hubiere podido mantenerlos con la idea de que mi fantasía era mucho más agradable que las historias de espanto contadas por los adultos.
¿Quién de siete años, como yo, se aventuraría a ir al cerro?
Los adultos hablaban de innumerables casos "diabólicos". Decían que allí vivía el diablo y les faltaban nombres de quienes hacía muchos años, según ellos, se atrevieron a ir y ya no regresaron.
Nadie aseguraba haber estado nunca allí, pero todos afirmaban que había animales "sin nombre" que se comían a la gente.
Los abuelos de La Vuelta del Barco decían que lo nombraron Cerro del Machete porque muchos hombres del pueblo murieron allí después de pelearse a machetazos con el diablo.
Sin embargo, la emoción de ver tantas estrellas reunidas, era suficiente para que yo no me espantara y le insistiera a mi hermano que teníamos que ir sólo él y yo a buscarlas.
-Si las estrellas ya no tienen brillo, las pulimos -animé a Apo al proponérselo.
Tiempo más tarde, enseguida de que en el pueblo se vio caer una lluvia de estrellas anticipada infinidad de veces por la radio (cayeron al norte del caserío), acordamos mantenerlo como "nuestro secreto".
Sólo durante dos años más, Apo y yo disfrutamos el espectáculo de las estrellas que caían: nos mudamos a la ciudad.
La familia de Casi lo hizo una década más tarde.
Irreparablemente, nuestras visitas a La Vuelta del Barco disminuyeron.
Esa vez fuimos más por nostalgia que por convencimiento.
Era natural que al ver el Cerro del Machete, recordara aquella aventura infantil que se quedó en el intento.
Si bien ahora la edad ya no me permitía acceder fácilmente a las aventuras de riesgo, ¿por qué no hacerlo? ¿Qué tal si resultaba verdadero lo que durante un tiempo imaginamos como cierto?
-Si las estrellas ya no tienen brillo, las pulimos -pensé mientras Apo y Casi gritaban al unísono "¡Una estrella... una estrella!", y brincoteaban como niños.
-¡¿Cuáles estrellas? ¿De qué hablan?! -grité confundido.
Su respuesta fue un sonoro concierto de carcajadas, que interrumpieron cantando "Estrellita, estrellita/ del cielo poniente... Estrellita, estrellita/ del cielo poniente".
-¿De qué se ríen? -insistí, y ellos ¡¡jajajajajajajajajaja!!
-¿Dónde están las estrellas? ¿Por qué ante mis ojos no brillan? -versé con mi añejo tufo de poeta, en la creencia de que se trataba de una broma, y ellos ¡¡jajajajajajajajajajaja!!
Corté de un machetazo la rama más cercana y me dirigí hacia Casi, con ánimos de pegarle con ella.
-¡Espera, espera... Cuánta razón usted tenía, que lo que caer vía, estrella era! -parodió cuando me le acercaba. Se agachó sobre su lado derecho, recogió algo, me lo mostró y gritó:
-¡Sorpresa!
Me quedé boquiabierto unos segundos y... ¡¡jajajajajajajajajajajajajaja!!...
No sé cuánto tiempo estuvimos riendo y cantando "Estrellita, estrellita/ del cielo poniente...". Al acercarme a ellos para festejarlo juntos, tropecé y caí. Me repuse rápidamente, pero antes de continuar quise saber con qué había tropezado y, ¡oh, sopresa!... era una estrella de mar petrificada de similar tamaño a las que Apo y Casi sostenían entre sus manos....
Nos reunimos brincoteando como niños, abrazando y acariciando con particular ternura nuestro fantástico hallazgo, al ritmo de "Estrellita, estrellita/ del cielo poniente...". Era como sentirnos seguros de haber revivido nuestro sentido de la conquista, si bien nada inhibía el pregón de esa menesterosa alegría... Ni siquiera los murmullos del cerro...
Después de un largo "festejo", regresamos a casa con las estrellas de mar petrificadas y cada quien le contó a su familia la "increíble historia" (diría Casi) de mi "constelación terrenal", como yo la llamaba hace tanto tiempo...
Ha muchos años de singular aventura. Desde entonces no hemos ido al pueblo, pero el brillo de aquella "constelación" perdura. Conservo mi estrella de mar, como quien conserva un retrato. ¿Será tal vez por cierta incontrolable ternura, o quizá sólo un recuerdo grato?
Hoy, las tres familias nos reunimos en casa de Casi... Apolinar recordó nuestro más preciado sueño infantil, ante el asombro de los chiquillos.
Es noche estrellada en la ciudad.
He decidido contar esta historia porque acaba de suceder algo parecido a la comedia: resulta que uno de mis más pequeños nietos se quedó en el balcón bien quieto, al filo de las nueve y media, sonrojada por el frío su carita bella, dormido, sonriente, esperando caer una estrella y cantando "Estrellita, estrellita/ del cielo poniente...".


*Cuento del libro "PRECOCIDADES" (Editorial Resistencia, 2006), de FREDDY SECUNDINO S.

sábado, 14 de enero de 2012

EDIPO Y YO (Cuento)

FREDDY SECUNDINO S.

Su nombre fue una catarsis, una revelación.
Aunque sólo eran ocho letras impresas en el periódico.
¿Sólo eso?
Un nombre.
Y la punzada ahí estaba, abajo de mí, cimbrándome, desequilibrándome. ¡Sentía el estremecimiento!
-Nunca lo he hecho con nadie que no sea mi marido.
-Qué lástima.
-Pero contigo sí...
Y no.
No era un simple nombre.
¿Acaso primera y última fantasía?¿Por qué sería él quien vendría a darme un golpe tan preciso en mi punto más oculto? ¡Y a mis años!
-Siento como si fuera mi primera vez.
-¡Mmmmhh!
-Te me haces orgásmico..., incuestionable...
-Pruébame.
Lo juro: ni siquiera en broma algún día tuve con mi marido una conversación tal.

*****

Sin embargo, su nombre.
Ocho letras unidas irremediable e inmejorablemente.
¡Ups!
Sentí una como punzada.
Un estremecimiento. ¡Mmj!
Cuando hube leído el anuncio, otra vez, así, literalmente, me sentí como una cascada: una roca demasiado húmeda, vibrando por la fuerza del chorro espumoso interminable, que bajaba caliente y me mojaba completa, poseyendo mi piel, metiéndose por cada poro, hasta lo inenarrable.
Así de grande era la naturaleza de ese sentir. Así me imaginé un momento con él... Sé que ninguna palabra define lo que trato de explicar y tal vez sólo yo entienda eso que sentí y hoy confieso.
Pero lo mismo sentí al conocer a mi marido.
¡Y mi bondadosa y recatada conciencia sólo lo había sentido esa vez!
Hasta el día en que leí ese condenado anuncio, ese bendito nombre.
Breve.
Radiofónico.
Endemoniada, imperdonablemente excitante en sus pocas palabras.

*****

-Me excitó tu anuncio...
-Me pedirás más.
-¿Eres como tu nombre?
-Mejor.
¡Dios mío!
Para entonces, esas ocho letras impresas en el periódico ya representaban para mí, como alguien dijo un día, la belleza del mundo físico y el horror del mundo moral.
¿A quién más confesárselo? ¿A mis amigas? ¿A mis hijos? ¿A mi nieta?... La pobre sólo tiene ocho años.
¡Y de este modo!
¿Cómo?

*****

Pero tenía que confesárselo, Padre. Usted lo sabe: el oído de una persona es la puerta de su generosidad. ¿Qué mejor forma de atención hay, si no es ésa?... Hoy cumplo tres años entregándome a él una vez al mes. Creo que Xocoyotzin ni siquiera lo intuye: he sabido guardar el secreto y echarme a perder sin problemas cada mes, abriéndole las piernas a un extraño -no sé más nada de él, aparte de que se anuncia en el periódico alquilando su inmenso, enhiesto y contundente nombre-, permitiéndole introducirse en lo más mío, hasta lo más profundo, dejándolo navegar en mis esteros de aguas delicadas, ¡de darle de beber de mis reservas dulces!... Eso de las reuniones con las amigas es muy cómodo y no falla. De hecho -aunque no está usted para saberlo, ni yo para contarlo, querido Padre-, se supone que en estos momentos estoy con mis amigas... y llegaré tarde a casa, pero porque enseguida voy a estar con el dueño de ese misterioso nombre en el periódico. Me voy a entregar a él dentro de unas horas, igual como estos tres años de humedades compartidas... ¡Todo por un nombre!... ¿Qué absurdo, verdad?... Este es mi único secreto... Y el problema, Padre, en realidad no es el tiempo que ha pasado. Es aún mucho más complejo: no voy a dejar de hacerlo... Le juro que desde ese primer día en que me sedujo hasta el cansancio mojándome con todos mis ya casi resecos líquidos, he sentido a diario la imperiosa necesidad de bañarme en él... Como si fuera un castigo divino, Padre. Como si la condena fuera confundir el pecado con el placer... ¿Por qué yo? ¿Por qué él?... Si la penitencia ha de ser rezar, o la abstinencia, no me la imponga, Padre. No la cumpliré. Me he maltratado tanto haciéndolo, que ya hasta he llegado a convencerme de que ése es el castigo: desearlo... Sólo eso, Padre, sólo eso... Y sólo eso quiero. ¿Para qué más me serviría un hombre a mi edad?...



*Fragmentos del cuento "Edipo y yo", del libro "PRECOCIDADES" (Editorial Resistencia, 2006), de FREDDY SECUNDINO S.

jueves, 12 de enero de 2012

NOCTURNO (Poema)

NOCTURNO


FREDDY SECUNDINO S.

Viene la noche y en mi interior mana
el infortunio que el recuerdo obliga,
palpita el corazón, pero se inflama
porque su propia sangre lo fatiga.

Yo ya no sé si por quererte tanto
te hice pensar que no te merecía,
o si por merecerte -¡ay, mi quebranto!-
no supe querer como tú querías.

Lo cierto es que la cruel melancolía
me aprisiona entre el placer y el reproche
(soy ya sinónimo de incertidumbre),

pues luego de pensarte todo el día,
termino por llorarte cada noche,
y esto es ejemplo de tan vil costumbre.



Poema de FREDDY SECUNDINO S., publicado en el periódico EL FINANCIERO (2 de agosto de 1999), como parte de la antología de poesía mexicana "100 poemas, 100 poetas", a propósito del XI aniversario de la sección cultural de ese diario.

MAMI, YO NO QUIERO SER GRANDE

MAMI, YO NO QUIERO SER GRANDE
(Cómo ser Presidente y no quedarse en diputado)


FREDDY SECUNDINO S.

Un niño de siete años ingresa con bombo y platillos a un exclusivo colegio privado de la capital de su país.
De padre agricultor.
El primogénito, de cuatro.
En la escuela de su pueblo, hay tres profesores para seis grupos distribuidos mañana y tarde.
Él sólo es uno más de las decenas de millones de pobres en su país...
La noticia tiene resonancia internacional.
Chamaco de modos serios, escrutador, conspícuo. A ratos, pillín...
Sucede que sale bueno para la letra y la palabra, y da señales de ello muy temprano: a los nueve meses de nacido comienza a hablar y al año sostiene una conversación.
Como la ley del país lo avala, a los cinco años ya está en la escuela.
En tercer grado gana un concurso nacional, con diez de calificación.
El jurado, quisquilloso, decide hacerle un examen extra, más difícil.
Lo aprueba y viene el premio mayor: ascención al quinto grado y el cambio de su pueblo al más exclusivo y famoso colegio del país, ¡en la capital!, becado por el Presidente "hasta hacer una carrera" y con domicilio en la casa presidencial.
-¡¿Todo esooooo?! -pregunta incrédulo al saberlo.
-Sí.
-¡La mejor beca del mundo, mamá!
-Sí, mi´jito... (snif, snif).
-Dos años de primaria, ¡más secundaria, prepa y carrera, papá!
-Sí, mi´jito, pero...
-¡Me voy!
No conoce la ciudad.
El día del concurso fue la primera vez que estuvo fuera de su pueblo.
-¡Qué pueblote! -exclama al ver el lucerío desde las montañas que la rodean, una noche fría.
-¡Cuántas luces!
Lo acompañan sus papás, sus tres hermanitos... El Presidente ha dispuesto un autobús especial, bien equipado, repleto de periodistas. Encabeza el grupo el Ministro de Educación.
Es el modelo de estudiante para promocionar un nuevo y millonario programa educativo nacional "de excelencia", auspiciado por la Iniciativa Privada.
El muchachillo se presta para la publicidad.
Al despedirse de su madre -llorosa ante los periodistas-, dice muy propio:
-Despreocúpate, mami, ya el señor Presidente ha ordenado que estemos en contacto permanente: la próxima semana instalarán el teléfono en el pueblo. Yo se lo pedí.
Invento suyo, tal vez... Pero hoy es una realidad.
Más tarda en conocer la residencia oficial (a la que él mismo, dicen, llama La Casa de Lana, por su color blanco y diseño cual capullo de algodón), que en hacerse "amiguito" de los dos hijos del Presidente, menores que él.
A su ingreso al famoso colegio, pronuncia un discurso que a ratos sonroja a muchos, inclusive el Presidente. Lo escucha con atención el colegio en pleno, padres, madres y prensa nacional e internacional, invitada por la Presidencia...
Y, de pronto, nadie le roba fama: los periodistas se pelean "la exclusiva" con él... Toda entrevista es tramitada con el secretario privado del Presidente. Lo dejan hablar poco.
Sigue de cerca el programa de becas del que goza: lee periódicos y revistas en la biblioteca del colegio, donde se codea con compañeros de nivel universitario, algunos hijos de gente reconocida y famosa, no sólo de la política, sino de la cultura, la ciencia, la economía, las letras...
El trato de la familia presidencial es, desde el día de su llegada, incluyente. Para las mujeres que trabajan en la residencia es "una adoración".
Como diríanse entre sí: "el hijo ideal".
Metido en lo suyo, él aprovecha cuanto evento hay en el colegio: que musical, que cultural, que películas, que teatro, que político, que...
-Quiero ser grande, mami... Quiero ser grande, mami... Quiero...
Es la cantaleta con que impacienta a su madre, a los cuatro años de edad...
Ese niño es (¿quién va a ser?) Primitivo Gracia Mares, "el hijo que nunca tuvo y siempre quiso tener" el Presidente de su país, nuestro país.
Hoy, cursa el sexto grado en La República, el más famoso y exclusivo colegio.
La República está en la Fiesta EI (Elecciones Infantiles).
Dentro de dos meses se elegirá la Junta Infantil de Jefaturas Interniveles (JIJI), un grupo de estudiantes con "facultad republicana" hasta para denunciar toda irregularidad ante el alumnado, e imponer castigos...
Primitivo es candidato a Presidente, el principal "puesto" en la JIJI.
Un compañero del salón de clases, hijo de Rogaciano Banderas, Ministro de Recursos Públicos Nacionales, sorpresivamente, lo propone por el nivel primaria, y la mayoría lo postula.
Su Campaña EI es incansable: en aulas, jardines, canchas deportivas y demás instalaciones de La República, reparte y reparte hojas de cuaderno (regalo de sus compañeros simpatizantes) con varios "Consejos para una mejor JIJI y una mejor República"... Pero las ya próximas vacaciones de invierno habrán de interrumpir las EI...
Tuve acceso a una carta de puño y letra de Primitivo, sin fecha, dirigida a sus padres, don Cándido Gracia y doña Consuelo Mares.
Este es el texto:

Mami y papi:
¿Qué niño de mi edad
podría sobreponerse
a una vida
como la mía?
"¿Pero qué tiene mi´jito?", debe ser tu pensar, ¿o no, mami?...
Tú y tu eterno Jesús en la boca.
Muy queridos y adorados míos, no está demás escribir que me muero por verlos.
(Que quede claro: "La edad es corta, más larga es la querencia", como diría mi abuelito).
¿Recuerdan que la palabra que más escuché en casa es "estudia"?
(((((((Estudia, estudia, estudia... )))))))
Como el eco en el risco del río del pueblo...
Yo no sé cómo pensabas tú, papito, sostener mis estudios con tu mísero jornal... Bueno, creo que tú tampoco, ¿o sí?
Ustedes ya lo saben: falta poco tiempo para las elecciones de nuevo Presidente del país... Y yo me pregunto: ¿Y yo? ¿Qué tal si el que entra me quita la beca?
Así pensé en comenzar la carta...
Pero apenas ayer leí sobre la posible desaparición del programa de becas al que pertenezco y por el que estoy aquí.
Dicen que el candidato que va adelante en las encuestas no tiene ni idea de lo que es, ni le interesa la educación.
Es decir, de regreso al pueblo...
¿El risco todavía conservará el eco aquél?
Lo sentiría mucho.
¿Por qué no se hará permanente un programa de becas como éste?... ¿Ningún candidato a Presidente tendrá esta idea?
No he sabido nada de eso.
No saben cómo me gustaría preguntarles eso en una entrevista con un periodista, pero el Presidente me dijo que soy muy chiquillo para esas cosas, y que mejor me concentre en mi campaña en La República...
Y es que los candidatos nomás se la pasan diciéndose de cosas entre ellos...
Y es parecido en La República.
Por ejemplo, a mí, que soy candidato para la JIJI (ya saben qué es), nunca me falta el niño que llegue a pedirme que le diga no sé qué al Presidente (o sea, al patrón del país), para que su papá, o su tío, o su tía, o qué sé yo...
Y si no hay nada, luego andan diciendo: "Ese antiguo (o sea, yo mero), ni hace nada"...
Yo me pregunto por qué me escogieron para la JIJI... ¿Ustedes, qué creen?
Eso sí, como moscas andan tras de mí los que quieren que los incluya en la JIJI...
Si gano, claro. Lo que, a decir verdad, está muy claro.
Ustedes lo saben: yo llegué de la mano del Señor Presidente, Don Victoriano Santanita Cox... Soy el único niño becado del país que vive en la casa del Presidente, sin ser de la familia... Soy el único niño pobre de La República. Soy el único niñito pobre del país que tiene vida de príncipe... Le he servido hasta fielmente al Presidente en su promocionado programa de becas. Pero...
Un día de éstos, el candidato presidencial del partido de don Victoriano (o sea, Vicente Doroteo Delgado Cox... A mí me dijo que lo escogió a él para que lo sustituyera porque sus nombres empiezan y terminan igual, "sin ser familia", por el segundo apellido) saldrá en la televisión para informar que los niños votarán simbólicamente (o sea, "de a mentis") "en todo el territorio nacional" y que yo ("El niño prodigio", como me dijeron que dijo que va a decir de mí el día del anuncio), "por decisión propia", lo acompañaré a la casilla a votar.
Yo ni siquiera lo conozco... Aunque sé quién es.
Por cierto, ¿ustedes ya decidieron por quién van a votar?
Bueno, ¡qué tontito soy al preguntarlo!, ¿verdad?
Está bien, no es el tema de ahora.
Hoy, un periódico dice que el papá de uno de los contrarios para la JIJI organizó un "picnic" (o sea, "día de campo") al que fueron papás, hermanos y amigos cercanos de mis tres "colegas", entre ellos varios de La República.
El niño cuyo papá pagó el dichoso "picnic"... es el candidato de la secundaria, cursa segundo y se llama Carlos Porfirio Huerta Gil. Su papá es muy rico, tiene muchas fábricas.
Quien organizó el "picnic" en La República es el mismo niño que me propuso como candidato. Su papá quiere ser diputado. El chamaco es un creído y fanfarrón, pero dice que respeta mucho mi inteligencia, que por eso me propuso para la JIJI, y que no le gusta mi nombre porque "no va con La República".
A cada uno de nosotros, los candidatos, por separado, le prometió que le ayudaría para que el ganador lo incluya en la JIJI.
¿Se imaginan?
¡Está entre todos!
Me dan ganas de denunciarlo ante lo alumnos, pero él fue quien me "descubrió" como candidato, y yo no quiero pelear con nadie, ni mucho menos que luego me llamen "traidor".
¿Qué tal si no gano?
Además, ustedes siempre me han dicho que no sea peleonero, ni chismoso.
Bueno, pues resulta que al "picnic" fueron papás famosos: altos funcionarios del gobierno, grandes empresarios, candidatos a diputados... y el que quiere que lo acompañe a votar...
Qué cosas, ¿verdad?
¡Ay, papitos!... Muchas veces he tratado de ya no pensar, pero siempre me he quedado en el intento.
Mami: ya empecé a acordarme de aquella cantaleta a mis cuatro añitos, pero creo que ahora ya no quiero ser grande...
La mera verdad, no, ya no quiero...
Los saluda (a ustedes y a mis hermanitos) con cariño y mucho amor:
Primitivo


Cuento del libro "PRECOCIDADES" (Editorial Resistencia, 2006), de FREDDY SECUNDINO S.

EL RADIO (cuento)

EL RADIO


FREDDY SECUNDINO S.

Doña Esperanza acostumbraba lavar en el río, bajo un amate gigante, acompañada de su hija, su única hija, Dolores, que nació loca, como decían en el pueblo.
-No, loca no, mal de sus facultades, la pobre -según su abuela.
Siempre que iba a lavar al río, Doña Esperanza, cincuentona, se llevaba su pequeño radio para escuchar música alegre, "de esa que hace que no te duelan tanto las manos", decía.
Un día, Dolores, cual lección, una y otra vez se acostaba boca abajo sobre la plancha de piedra donde su madre lavaba, a unos centímetros del radio... Sonreía, se carcajeaba, hacía gestos, se sentaba, escuchaba con la mirada atrás, adelante, a los lados, abajo del aparato, lo agarraba, se lo llevaba a la cara, lo dejaba, se alejaba...
-No se te vaya a caer ese radio, Lolita.
Dolores tendría unos quince años, estatura mediana, delgada, buen cuerpo, guapa, de cabello castaño claro. Siempre andaba descalza, la planta de sus pies no era sino una gruesa capa callosa agrietada. Podía pararse sobre una piedra caliente, a mediodía, y lo único que le provocaba era una risilla nerviosa, como cuando nos hacen cosquillas.
A Dolores siempre le gustaba la estación que sintonizaba su madre cuando iba a lavar porque bailaba, brincoteaba sobre el agua... Así fueran tres, cuatro horas que estuvieran bajo el amate, ella baile y baile, juegue y juegue con el agua.
-¡Radio, má!... ¡Radio, má! -decía una y otra vez.
Como ahora: iba y venía con el dichoso aparatito.
De pronto, radio en mano, se alejó varios metros de su madre, tomó su postura habitual (boca abajo, sosteniendo su mandíbula con las manos, los codos sobre la arena), se carcajeaba, decía cosas que Doña Esperanza no entendía o no escuchaba bien.
-¡¡Mamá, mamá!!
La señora se sobresaltó.
-¡¡¿Qué te pasa, muchacha?!!
-¡¡Descubrí!!... ¡¡Descubrí!! -y corría hacia su madre, con el radio en lo alto.
-¡¡No se te vaya a caer, mujer!!
-¡¡No, mamá, descubrí!!
En el radio, la voz del locutor no cesaba y parecía que no cesaría.
-¿Qué descubriste, hija? -preguntó, escéptica, Doña Esperanza.
Dolores, frente a ella, jadeante, insistió con la cantaleta.
-¡Descubrí, descubrí! -y a su rostro lo iluminó una sonrisa.
-¿Qué descubriste, Lolita? -dijo Doña Esperanza, con un dejo de ternura.
-¡Le vi los monos al radio, má! -gritó Dolores, acariciando la bocina del aparato, mientras el parlanchín locutor bromeaba al presentar una melodía...
Dio la vuelta y se retiró dando pequeños saltos y cantando:
-¡Le ví los monos al radio!... ¡Le ví los monos al radio!


Cuento del libro "PRECOCIDADES" (Editorial Resistencia, 2006), de FREDDY SECUNDINO S.