jueves, 16 de febrero de 2012

SEÑORITA PARA USTED (Cuento)

FREDDY SECUNDINO S.

Jamás olvidaré lo que contesté a su saludo cuando lo conocí.
Él había dicho "Buenos días, señoras". Y supongo que nunca esperó mi rápida reacción.

¿Cómo no recordarlo?

A decir verdad, mi respuesta fue medio en broma, medio en serio. En ese orden. Las otras mujeres se rieron al escucharme... Él sólo sonrió.
¿Por qué no dijo nada?
Tal vez pensó que mi habla era una broma de mal gusto, una ordinariez, de esas tan comunes entre las mujeres jóvenes cuando están en grupo y ante un hombre solo...
Era, pues, un abuso.
Y él tenía razón en callar.
¿Cómo me atreví a hablarle así a alguien que no conocía?
Peor aún, ¡mucho mayor que yo!... Tanto, como poco menos del triple.
Claro, ésto, con el tiempo, sería mi placer absoluto, irrepetible, perenne. La virtud que habría de verse por los ojos inquisidores como la falta moral más vulgar. Yo, tan pura y tan limpia, acaudillando a mi más entera piel, mi más íntima profundidad, ¡con un desconocido!
Sin embargo, era tan sísmica su presencia, y así me lo pareció ese día, que cada vez que lo veía frente a mí cuan largo es, yo sufría ligeros temblorcitos en toda mi frágil e inexplorada geografía, tímidos estremecimientos que me avergonzaban conmigo misma, ¡libidinescos escalofríos! que no sé dónde empezaban ni dónde terminaban. Toda mi delgada y casta humanidad se cimbraba y se humedecía, como incitando al tigre a mitigar su sed del estival calor que repentinamente inundaba el lugar.
La suya era una presencia orgásmica. Hablando o en silencio, daba lo mismo: el placer era similar. ¿Cómo, entonces, no pecar con él? Ser virgen es una estupidez nada fácil de evadir. Claro, siempre y cuando se deje de serlo con un hombre como él.
¿No lo creen?
Yo estaba hecha para la pureza, la limpieza, lo inexistente. Era lo no violable, lo no penetrable, lo no disfrutable, lo prohibido. ¡Qué maldición! ¿Cómo desperdiciar semejante manjar?
Pero mis valores apenas me permitían pecar con la mente, y yo lo aceptaba. ¡Oh, qué angustia, Dios! ¿Y qué pasaría si desobedeciera? ¿Insoportable habría de ser el castigo? ¿Tanto como la abstinencia?
No.
No sabía cómo llamar al Ser Supremo para su cobijo. Sentía que me abandonaba ante ese precipicio, ese turístico tobogán. "No me dejes caer en tentación. Haz de mí tu esclava y aléjame de la lujuria, tan fuerte, tan olorosa, tan cálida y yo con tanto frío, tan dulce y yo con la boca tan amarga"...
Si tendría que mantener la pureza, deseaba que fuera sólo junto a él.
Si quería aceptar el padecimiento de ahogarme en un abismo de lujuria y perdición, soñaba con que fuera bajo su piel, sobre su piel, enrollada en su piel...
Durante varios años, de mi cuello para abajo, salvo la cintura, se mantuvieron en su propio termómetro todos mis adentros y todos mis afueras, mis rincones más ocultos, mis incólumes rincones, sus valles y mesetas, la tierra que anhelaba para su usufructo, su particular usufructo.
Sin embargo, sólo trabajamos juntos unos meses. Después, ya no supe de él un tiempo, lapso en que me obsesioné con mi reacción al conocerlo.
Mientras tanto, tuve dos novios, pero ambos tan o más insípidos que una sandía fuera de temporada, o más amargos que una naranja de clima tropical.
No quería que me lastimaran. No quería vivir eternamente con un mal recuerdo de sus bondades, que las tenían visibles, y muchas, por fortuna. Pero eso no era todo lo que yo quería para sentirme mujer. Con ellos, mi cuerpo nunca se cimbró como ante él...
¿Cómo engañarme a mí misma?
Mil veces virgen que una vez generosa y eternamente frustrada y reprimida.
Preferí la masturbación. Mis dedos aprendieron entonces de la delicadeza de mis labios más sensibles.
Tenía que rezar durante varios minutos, después de cada patológico momento de húmedos recuerdos, endemoniados recuerdos. Pero lo feliz y satisfecha nadie me lo quitaba, luego de dos o tres orgasmos a su salud, a su desconocida salud...
Me enteré de que él tuvo una aventura sexual con una amiga mía, tres años mayor que yo y quien ya se había librado de prejuicios que a mí me atormentaban hasta la desesperación cada vez que lo veía o pensaba en él. Suertuda de mi amiga...
-¿Cómo le hiciste?
-Muy fácil: sólo abrí las piernas.
Y no, no era nada fácil.
Mi raquítica tolerancia no alcanzaba para lograr tan libertina libertad. Estaba atada a mi estúpida conciencia. Pero aquella respuesta al conocerlo, me confundía tanto como envidiaba a mi amiga.
Más aún: a partir de la segunda ocasión que me describió con detalles su asqueroso y ramero revolcón con él en un mugroso hotel de paso, se me despertó un incontenible dejo de traición y venganza contra mi mejor amiga, tan entusiasmada con él, inclusive a sabiendas de que conquistarlo sería una agotadora empresa.
Y así fue.
A los pocos meses, en cuanto él hubo probado una y otra vez, hasta al hartazgo, esos flujos ya pisoteados, híbridos y agrios aguajes, se hizo a un lado, y de un día para otro, desapareció...
Lo asistía la razón.
Pero nunca se lo dije a mi amiga... Me informó su pena llorando.
Tampoco voy a olvidar jamás cuánta mentira tenía dentro de mí, como para ponerme a chillar con ella, escuchándola mientras mi demonio más sensual me hacía pensar alegremente en la posibilidad de volver a verlo.
¿Pero... cómo?
Era incapaz de pedirle su teléfono a mi amiga, si bien me moría por buscarlo.
Además, mi descaro no llegaba a tanto. Así que me resigné a escuchar no sé cuántas veces más los infantiles y necios lamentos de mi fracasada confidente, aprendiz de amante frustrada al primer embate del macho...
He dicho ya que mandé al cuerno a mis dos novios y sobreviví a la sequía a base de esporádicos autohumedecimientos, ayudada con mis dedos.
Y una tarde lluviosa de junio, me llamó a mi trabajo.
Ese día se cumplían cinco años de haberlo conocido. Cinco años de aquella respuesta a su saludo. "No hay quinto malo", fabulé con fascinación.
¿Cómo me encontró?
No lo sé.
Como no sé por qué escribo la pregunta, si nunca me atreví a planteársela, aunque hablamos largamente.
Mi cuerpo volvió a cimbrarse como hacía cinco años... ¡Cinco años!
Y yo, que me había perdido, que me había secado entre tanta aridez cotidiana, conformándome absurdamente con el recuerdo de aquella respuesta que él interpretó muy bien y ahora me lo demostraba.
Salí del trabajo y fui a encontrarme con él a la casa donde me citó.
No era la suya, por supuesto. Allá lo esperaban su esposa y cuatro hijos. Quizá fue un arranque de desquiciada líbido incontenida, qué más da, pero al poco rato ya estaba junto a esa inolvidable presencia, oliéndola, sintiéndola.
Por primera y única vez en mi vida bebí mezcal. Para entrar en calor. Elección mía. No sé -ni quiero saberlo- cómo es que ni muecas hacía al beberlo, absorta, embobada por sus ojos, sus grandes ojos, tan cerca de mí, tan dentro de mí. Sus torneados brazos, acurrucando mi delgado talle, flaquito talle. Sus piernas de futbolista. Su nariz de escultura de Miguel Ángel. Sus labios carnosos, mmmmhh. Su larga, negra y serpentineada cabellera, que lo hacía verse tan joven hasta no creer, más allá de las cuatro décadas ya vividas. (Mis pechos son minúsculos). Su pecho, su tarzanesco torso. Su espalda de fisicoculturista en ciernes. (Mi cintura de cincuenta centímetros). Su cintura desgrasada. (Sesenta centímetros en mis caderas).Y sus nalgas, ah sus nalgas de gimnasta. Para mordisquearlas lentamente, una por una, intercambiándolas amablemente, ora la derecha, ora la izquierda, restregando mis inmaculadas bondades sobre sus tensos y sudorosos músculos, hercúlea anatomía que beso, que toco, que cubro de saliva, que chupo su hombría, que succiono sus líquidos... Mi cuerpo que ardía por dentro como volcán a cuyo cráter lo cubre un grueso domo que está a punto de romperse. Mi cuerpo que crujía contra el suyo y chorreaba deseo, líbido, lujuria. Mi virgen cuerpo que ya no quiere serlo. Y él llegando y yo recibiéndolo, a la misma hora en que lo conocí, y él tocando y yo permitiéndole pasar, y él "Buenas tardes, señoras", tan enorme, noventa kilos revolviéndose adentro de mí, ¡tan viril, Dios!, y yo tan menudita, "Señorita para usted", tan obstaculizada, ambos como dos reptiles, intentando una exploración segura, yo dejándolo hacer su tour, él sin prisas, sin pausas, hasta la cima, aaahhh, abriendo camino, ¡ah!, hasta el fondo, ¡ay!, sin nada de por medio, más de cuarenta años de vida sobre mí, demasiada experiencia enseñándome, guiándome... ¿Quién más, cual terremoto de fuerza indescriptible? Inmenso, aaayy, sí, enorme, mmmjú, poderoso, cimbrando mi alrededor, mi aquí, mi allá, mi más allá, explorando mi entorno por completo y un poco más, penetrando y saliendo de mi epicentro, como si encontrara lo que buscaba y hacía muchos viajes, completo, inofensivo, rompiendo suavemente con su enhiesta y gigantesca, impensable virilidad -así lo sentía-, abriendo aquella frágil malla que impedía el placer de estrujarme completa contra él, toda suya mi más profunda protección, perforándola, el eco "Señorita para usted" que no cesa, desgarrándome, sí, ¿qué más?, toda suya mi más entera piel, ¡ay!, mi más íntima profundidad, avanzando por dentro y por fuera, por todos lados, esculcando mi lava, mis flujos piroclásticos, lenta y armoniosamente, un vulcanólogo profesional, como yo lo deseaba, como lo había soñado, ¡aaahh!, como estaba predestinado, "Señorita para usted", como la lágrima que resbala sin caer del todo, con sigilo, sitiendo un leve y placentero dolor que poco a poco disminuye y me despierta la más descarada y desinteresada caridad, para permitirle el paso, para que entre y salga de ese húmedo y rosado cráter recién abierto, hirviéndome, caliente cavidad que pide más dolor, hiriéndome, más calor, humedeciéndome, transitándome por primera vez, la bendición humana, absorbiendo mis vapores, una herejía, mis estorbos, revolviendo mis materiales incandescentes, una posesión a la que no se quiere dejar de pertenecer, la que arrastra con esa suave brisa, única, irrepetible, perenne, y con él, sí, ¡ay!, con él, cuarentaitantos años adentro, más, más, ¡más!, hasta adentro de mí, atizándome, hasta lo más hondo, sodomizándome, él, que había dicho "Buenas tardes, señoras", y más, más allá de lo imaginable, él, que no reparó en la adolescente que era yo entonces..., ahora suave, y yo, ignorante del tiempo que duraría mi castidad, suave, sí, con cautela, afortunado dueño de mí, "Señorita para usted"..., suave, con ternura, como supongo tratan los esposos en su noche de bodas, vulgarmente dulce, como sus arremetidas, salvajemente henchidas de pasión, una tras otra, y el cráter que ruge por entre mis labios, y así hasta desvanecerse juntos, una y otra vez, "Señorita para usted", hasta confiarle, horas adentro de mí, hasta dármele, compartirle, entregarle, cumplirle incondicionalmente, hacerle efectiva aquella ingenua insinuación en esa respuesta el día que lo conocí: "Señorita para usted"... Así, sin ortografía, virgen, con las palabras una tras otra, dándomele, toda suya, entregándomele, mi última frontera para él, sin reclamos, inmaculada para él, mi hímen para él, sí, pues sí, claro que sí, ¡por supuesto que sí!, hecha para él, ay, sí, sólo para él, ¿para quién más?

*****

Nunca más volví a sentir semejante placer.
La sensación de que lo tenía adentro de mí me duró varios días (creo que aún la siento a veces).
Él jamás volvió a buscarme y yo no logré acumular el suficiente atrevimiento para hacerlo. Tan intensamente mi cuerpo lo deseaba tanto entonces, como hoy pienso que si vuelve, no me importará nada para repetirlo. Así tenga que violar las estúpidas normas de este tétrico convento donde me recluí desde hace dos años, y uno de cuyos rincones hace más insufrible el silencio que me atormenta al escribir esto, agradeciéndole a Dios -aunque me condene- que aún ahora se humedezca y caliente mi cráter tanto como esa tarde y, claro, por haber entregado mi más profunda cavidad en un orgasmo tan intenso como en el que él me introdujo con inolvidable hombría, cinco años después de aquel ingenuo y simple "Señorita para usted"...


*Cuento del libro "PRECOCIDADES", de FREDDY SECUNDINO S. (Editorial Resistencia, 2006).


ENTREVISTA A FREDDY SECUNDINO S.

Precocidades, actualidad de lo tardío

Entrevista con Freddy Secundino
Elvia Alaniz Ontiveros

Freddy Secundino es un periodista-escritor que a lo largo de los años ha adquirido la fuerza y destreza narrativa que hoy exhibe sin pudor en Precocidades (Grupo Resistencia, 2006, prólogo de Miguel Ángel Quemain).
Sus recursos literarios, fueron tomando forma a lo largo de tres décadas hasta convertirse en una travesía de anécdotas y experiencias contadas en 19 cuentos cortos. Aunque sus primeros ensayos escribanos datan de su niñez.
Con tono irreverente, negro, sarcástico, romántico, erótico o crudo, ensaya sobre el yo interior, y narra lo mismo a través de voces infantiles, que de mujeres quienes descifran sus necesidades o simplemente se explican la vida desde su individualidad, su amor o su sexualidad.
Pero, escribir es en repetidas ocasiones lo más lógico cuando en una familia alguien se ha inclinado por esta profesión. Freddy Secundino, proviene de uno de esos hogares. Pues supone que su vocación por el periodismo y la literatura “debe ser algo genético”, ya que, hace poco tiempo descubrió que su abuelo –quien apenas sabía leer y escribir- en algún tiempo llevaba un diario.
En su ahora faceta de escribir, su padre tiene también mucho qué ver, pues a él “le gustaba mucho leer: papel con letra que caía en sus manos, lo leía. Pese a que por esa época Freddy aún era un niño recuerda perfectamente las revistas de cabecera de su padre “Siempre e Impacto, para asuntos políticos y Alarma! para enterarse de las aberraciones humanas”.
“Por las primeras, como se le daba la política en el pueblo, se enteraba del acontecer nacional y lo aplicaba en su quehacer de Comisario o Comisariado Ejidal -cargos que desempeñó en varias ocasiones-. Pues en una de esas revistas aprendió la historia de México, de memoria. Por él, y por ese hecho, yo aprendí a leer antes de ir a la escuela”.

El cuento, una hiperrealidad

El ejemplo de su padre y el gusto de Secundino y por la música lo inclinaron al “deseo por aprender y contar historias (desde pequeñito, mi abuela paterna me contó infinidad de anécdotas sobre la Revolución Mexicana, de lo que por supuesto escribiré). Me encantaban los corridos, y en la clandestinidad, poco después de que aprendí a escribir, a eso de los seis años de edad, parodiaba todo el corrido que me gustaba, con letra sobre alguien conocido (si se trataba de un personaje) o algo (si la cantada era otro tipo de historia)”.
De esos primeros ensayos por componer conoció la métrica, la rima, el ritmo “y todo eso que tiene que ver con la poesía, y con los años me llevó a escribir mis propios poemas, cosa que aún hago, y poco después cuentos (tal vez por ser historias cortas). Fue hasta cuando gané un concurso en la Universidad (con el cuento Tal vez lo mismo, incluido en Precocidades) que me decidí a continuar con ese prurito literario, si bien ya había escrito algunos que, en su mayoría, terminaron en el bote de la basura”.

— ¿Por qué escribir cuentos y no novelas?

— También me da por la novela, sólo que los cuentos -quizá por la falta de tiempo- se me han dado más. Tal vez tenga que ver igualmente con la obligación que como periodista desarrollo con textos cortos. En estos momentos estoy enrollado en tres novelas, dos de iniciación relativamente reciente y una que comencé hace muchos años. Como requieren de más tiempo para su elaboración, me permiten guardarlas y apurarme con los cuentos, pero últimamente me ha dado por estar con ellas y con ellos. Aunque estoy convencido de que si quiero publicar algo, debo decidirme por unas u otros. Y debido a la "facilidad" con que se me dan los cuentos, creo que las novelas tendrán que soportar más tiempo la frialdad del CPU de mi computadora.

— ¿Considera que sus cuentos realizan alguna otra labor aparte de la de ser leídos?

— Ojalá sirvieran para algo más. Eso lo decidirá cada lector, según lo que sienta que le aportan. Lo que yo hice fue engendrarlos inspirándome en hechos vividos directamente e interpretados con mi soberano capricho, o desarrollados a partir de lo que me hubiere gustado ver, vivir o saber sobre algún tema en específico. Varios de ellos son una interpretación intolerante de la vida o basados en una anécdota propia o ajena. Todos, sin embargo, tienen que ver con la humanidad: al llevar la intención de retratar de algún modo la condición humana, cualquiera puede verse reflejado o reflejada en algunos de ellos.
Cada uno es, sin necesariamente definirlos como tal, una hiperrealidad. Si he de imponerles una etiqueta, cosa que prefiero que lo haga cada lector, debo decir que son para verse reflejado en ellos, es decir, son un espejo de nosotros mismos. Si el lector no lo ve así, con lo que digo ya me curé en salud.

— ¿Cómo va dándole forma a un cuento?

— Podría parecer un exceso de vanidad, pero normalmente primero construyo la historia en mi mente, la pulo mentalmente y luego me pongo a escribirla. Para esto pueden pasar horas, días o semanas, inclusive meses. Como presumo de tener buena memoria, pues difícilmente se me olvida algo que haya pensado al respecto. Y si acaso llega el momento en que al reactivar las neuronas se me olvida algo, pues en cuanto puedo me pongo a transcribir lo ya imaginado. Por lo regular, escribo la historia completa y después corrijo, ya sea que sólo quite y agregue o modifique algo, pero casi siempre se queda como en la memoria lo construí.

La reinterpretación de historias

— ¿De dónde provienen todas esas características que nutren sus cuentos?

— Como dije antes, son historias que me cuentan y que reinterpreto con mis propios personajes, circunstancias, principio, desarrollo y final; o de plano son acontecimientos que nacen y crecen con vida propia en mi cabeza. ¿Qué me los provoca? Pues tiene mucho que ver mi condición de periodista: lo que veo y escucho. Algunos de mis cuentos son notas periodísticas que reescribo a mi modo; cuando he terminado no tienen nada qué ver con la original, y de eso se trata. A veces pongo lo que no quisiera que sucediera, o al revés, o mis personajes tienen particularidades o son como no quisiera ser yo o nadie en este mundo, o viceversa. Depende del momento en que se me ocurra una historia.

— ¿Cómo hace para construir ese otro mundo que se desarrolla en cada uno de sus escritos?

—Siempre he pensado que los personajes de cada historia, desde el momento de ser engendrados, adquieren algo así como una especie de conciencia adulta y te van diciendo cómo quieren ser vistos o qué quieren hacer. Aunque los míos son muy solidarios, pues si digo "a esta chava la quiero mala", de repente tengo a la mujer o niña más mala como la que más, o si quiero a un hombre impertinente, pues lo tengo a más no poder. De repente creo que hay mucha gente en mi cabeza que quiere que la cuente en un cuento o una novela, y yo estoy encantado de hacerlo.

— Cuando se incursiona inicialmente en el periodismo y luego en la literatura, es fácil llevar recursos de lo primero a lo segundo. ¿Es consciente de que en su libro no se advierten estos recursos narrativos?

— Bueno, en Precocidades sí intenté mezclar de algún modo el periodismo. En el cuento “La caníbal”, por ejemplo, la forma como está narrado y dividido es intencional, en ese sentido. Si bien no es muy claro -se trataba de no ser evidente-, mezclo la técnica periodística -cual nota informativa o reportaje- con la literaria -la ficción, la invención-, de modo tal que a veces la historia pareciera que se está leyendo en un periódico o una revista como nota del día, o en un cuento. Y a veces salto intempestivamente del periodismo a la narrativa. Hay otros, como “Tal vez lo mismo”, que es una crónica que, vista de reojo, bien podría encontrarse en un periódico o revista, sólo que contada con el recurso de la primera persona, para hacerlo más crudo. De igual modo, está “La carta”, uno de los que escribí siendo yo un jovencito. O Penalty, que es muy cruel.

El espejo de la realidad

— ¿En sus escritos hay una intención de dar un mensaje?

— No pretendo dar lecciones de ninguna naturaleza. Si algo ha de desprenderse como aprendizaje de los personajes o las historias en lo general, es que ni todo es bueno ni todo es malo. A eso me refiero cuando digo que son como un espejo de la realidad: en este mundo nada es aburridamente blanco ni nada es malignamente negro. Y si ese mensaje se nota en mis cuentos, pues me gusta que así se tome. En Precocidades, nadie ni nada es del todo bueno ni del todo malo. Las "buenas conciencias" terminan siendo las peores, y viceversa, y eso es divertido. Al ver a la gente le cuelgas una forma de ser, y al conocerla de cerca resulta todo lo contrario. Eso es divertido.

— ¿Tiene un método para escribir?

— Sólo platicar con mis personajes detalladamente su historia. No hay ni método -salvo lo que ya dije del ejercicio de memoria-, ni tiempo, ni día, ni hora, ni circunstancias. Cuando ya no aguanto el tamborileo de mis dedos en el aire, quiere decir que mis personajes ya me los agarraron, no soporto sus cosquillas y entonces me pongo a escribir.

— Tiene más de 20 años que inició con sus escritos hoy contenidos enPrecocidades. ¿Por qué reunir en su libro esta serie de cuentos luego de tanto tiempo?

— Los 19 que contiene Precocidades los escribí en el lapso de unos 30 años, aproximadamente (empecé chamaco). Algunos son de reciente creación, si bien ya los tenía en mi cabeza desde hace mucho. Otros son muy jóvenes. Debo decir que en algún momento, el colega Roberto Vallarino, cuando leyó “Tal vez lo mismo” y otros -algunos no están en este libro- me ofreció publicarme en la UNAM (él coordinaba una colección de escritores jóvenes), pero yo no me sentía seguro de todos, y rechacé su invitación, cosa que le molestó porque si ya los había escrito, me dijo, debía publicarlos, y aunque me insistió, no acepté. No quería publicar para sentirme escritor sólo por haber publicado un libro.

— ¿Algunos de esos escritos quedaron como hace 20 años?

— No, ninguno está en Precocidades como cuando, por ejemplo, Vallarino los leyó y quería publicarlos. Si bien en lo general fue mínima la corrección que les hice, sí utilicé, en algunos casos, el bisturí, o les practiqué la liposucción, o los alimenté para darles más cuerpo y energía.

— ¿Fue intencional que sus cuentos puedan leerse aleatoriamente?

— Sí, qué bueno que lo nota. No sólo en cuanto a la extensión, uno corto y luego uno extenso, sino en el tipo de personaje(s) o historia: la bondad seguida de la maldad, la inocencia después de la indecencia, el drama enseguida de la tragedia, el desamor antes del amor, etcétera. Quise jugar con la tolerancia y la intolerancia del lector. La intención es que cada historia sea como una descarga eléctrica para quien está leyendo.

— Aborda el amor, el romanticismo y la sexualidad femenina vistos a través de los ojos masculinos, en varios de sus cuentos. ¿Por qué?

— Toda mi vida he vivido rodeado de mujeres, por naturaleza o por las circunstancias: en mi familia hay más mujeres que hombres, y en los lugares donde he trabajado, por coincidencia o porque yo he tenido la oportunidad de así decidirlo, ha habido, al menos, la mitad mujeres y la mitad hombres. Eso me ha ayudado mucho a conocer algo de la mujer, más de lo que hasta ahora pude haber aprendido en situaciones diferentes.
Además, cuando tengo alguna duda sobre el pensar o actuar de las mujeres, si alguna de mis hermanas o sobrinas está cerca, le pregunto lo que quiera, y si es una amiga, pues también. Yo no puedo vivir sin mujeres junto a mí, y no es un sentimiento machista ni nada por el estilo. Me encantan, y al escribir siempre he de pensar en ellas, aunque mis personajes sean varones.
Para escribir los cuentos de Precocidades en los que hay mujeres, recurrí a las que tengo en mi familia y a mis amigas. A ellas les debo, en buena medida, que haya logrado lo que se note como logrado en cada historia de y/o con mujeres: esa parte tan olorosa y exquisitamente femenina, por cierto, creo, que mejor traté en el cuento “La voz de la experiencia”, en el que hablo del amor en la tercera edad, en una mujer de 70 años que, además, pierde la virginidad a esas alturas y es tan rico, regocijante e inolvidable como si le hubiera sucedido en plena juventud. Para mi gloria, una lectora casi de esa edad me agradeció haberlo escrito... O la infidelidad en ”Edipo y yo”, en el que una señora confiesa su desahogo sexual extramarital y le sirve de amarre en su maduro y rutinario matrimonio. ¿Cuántas féminas están reflejadas en ellos? Muchísimas. Y si se quiere tierno, está “Mis carritos”, una parodia infantil sobre los juguetes bélicos que, por lo regular, es algo que enseñan los padres a los hijos varones, y que narro en voz de una niña que escribe su diario.

Los textos no tienen sexo

— ¿De qué están hechas las mujeres de sus cuentos?

— De lo mismo que están hechos los hombres en sus historias: de bondad, de maldad, de verdades, de mentiras, de fortaleza, de debilidad, de virtudes, de pecados, de amor, de desamor, de crisis, de emociones, de traición, de honestidad, de ingenuidad, de malicia, de trampas, de inteligencia, de astucia, de intuición, de fidelidad e infidelidad... El ser humano en la literatura, cuando se trata de mostrar sus pros y contras, da lo mismo el sexo que tenga entre sus piernas.

— ¿Es posible el amor para sus personajes?

— Por supuesto, hay algunos que arrastran el amor interminablemente. A veces creo que hasta llegan a desesperar, aunque en el fondo su mentalidad nos diga todo lo contrario o mi intención al hacerlos actuar haya sido ponerlos como el más desenamorado o la más desapegada. Y no estoy hablando necesariamente del amor al prójimo. Si he de citar un ejemplo, está “Los recolectores de estrellas”, en el que un viejito se deshace en el amor a lo ya ido, a la nostalgia, a lo que no será, a la nada, pero lo rescata de tal modo que logra inculcarle a sus nietos el amor por lo que la naturaleza o el hombre destruyeron y uno de ellos termina imitándolo en su anécdota. Es tan dulce y tan tierno, que lo termino en verso libre rimado, como recurso para ilustrar la pureza.

— La niñez es otro de los temas en su libro. ¿En qué consiste ser un niño?

— Debo decir, orgullosamente, que yo, a pesar de las carencias propias de una comunidad pequeña y donde los servicios públicos eran muy pocos, tuve una infancia feliz, rodeado de bosque, de agua, de aves, de mar, de naturaleza. De no haber sido así, no habría parodiado corridos ni habría aprendido a leer antes de entrar a la primaria, ni habría empezado a escribir poemas y cuentos en la primera década de mi vida. En mis cuentos, ser un niño es eso: alguien que vive y sueña, aparte de jugar; alguien que ve y cuenta lo que ve; alguien que pregunta todo el tiempo y escribe la interpretación que da a las respuestas que obtiene; alguien que aprende de lo que ve y escucha y luego lo enseña a un niño o a un adulto; alguien que participa en el desarrollo de los adultos; alguien que construye con lo poco que ya vivió...

— Hay en Precocidades también un espacio para la crítica política. ¿Es que un narrador nunca deja de ser periodista?

— Desde el momento en que pienso en fabricar una especie de espejo de la realidad, me fijo una opinión de algo o alguien. Y si esa historia que construyo tiene que ver con un asunto político, pues seguramente mi condición de periodista me ayuda a ello. Además, la realidad nacional y mundial tienen muchos huecos que desprenden pestilencias que no tenemos que soportar. Si somos detallistas, como yo lo soy, nunca falta un tema que pueda ser visto desde la literatura, si de eso se trata.
En Precocidades, desde el momento en que me propuse reunir los cuentos para el libro, pensé en incluir las parodias infantiles, que tienen mucho tinte político y son una burla a los adultos que nunca maduran y, por el contrario, se quedan en lo peor de la infancia: actúan infantilmente porque juegan con lo que no deben jugar, cometen los errores que no deben cometer.
Por eso la parodia al cinismo y la hipocresía en el tema electoral en “Mami, yo no quiero ser grande”, o al levantamiento del EZLN en “Rebelión en Canicalandia” (por cierto, me llamó la atención que en Oaxaca, cuando la Policía Federal Preventiva desarmó a los policías estatales, éstos traían resorteras con canicas, como los niños de mi cuento; y en Tijuana sucedió lo mismo; a lo mejor sus jefes ya me habían leído)...
No es que haya querido hacer un tratado sociológico o antropológico, solamente conté historias en las que quise desnudar a mi modo la sinrazón de los adultos. Puedo citar de modo especial “¿Por qué la mató?”, una historia condicionada que el lector debe escribir, pues el cuento es la respuesta a la pregunta del título y, por cierto, creo que es el cuento más corto que alguien haya escrito en México y otros países: son sólo dos palabras y en total son ocho letras, pero (creo) con mucho contenido social. Y también “Aaagghh”, en el que hablo de la deforestación, del calentamiento global, de la falta de agua... O “De buena suerte”, sobre el desempleo, el subempleo, de las relaciones laborales... O “La carta”, sobre la migración del campo a la ciudad y todo lo que ello conlleva, como el desempleo, la marginación, el racismo, la lucha de clases... Son temas que de tan nuestros, son universales.

El narrador como espectador de sus propios personajes

— Hay cuentos del libro, como “Don Severiano”, en los que por momentos pareciera que los diálogos están escritos para el teatro. ¿Fue intencional?

— Cuando pongo una conversación entre dos o más personajes, no puedo dejar de imaginarme con claridad el escenario en el que hablan. Muchas veces el diálogo depende del espacio en el que los ubique. En ese momento yo soy un espectador de ellos, o más aún, me desdoblo en varios actores. Y sí, para construir un diálogo, una de dos: o me imagino un teatro o una pantalla de cine. Creo que prácticamente todo Precocidades es muy cinematográfico.

— ¿Es el mundo de su infancia el que está en el libro?

— Algunos cuentos contienen algo de mí, como niño, como adolescente o como adulto. Donde hay niños, a veces aparezco yo o alguien conocido. O simplemente son historias que creo al ver a niños en ciertos lugares y que traslado tal cual o modificado en mis cuentos. Para que la historia sea más creíble o asimilable, lo mejor, creo, es aparentar que yo soy el protagonista de la misma, aunque no tenga nada de mí. Son las licencias gratuitas que da la literatura.

La crudeza y frialdad en sus escritos

— “La Caníbal” es un cuento que llama la atención por su crudeza. ¿Es el tema o es la propia escritura del cuento?

— En ese cuento, que -por cierto- ha resultado polémico por su crudeza y frialdad, mi intención era destacar el tema y la forma de tratarlo. La antropofagia, hasta donde sé, casi no ha sido tratada por los escritores y quienes lo han hecho prefieren sólo mencionarla o verla en su superficie. ¿Por qué? Tal vez por lo asqueroso que, de entrada, tiene. O lo maligno, no lo sé.
Para mí, en literatura no debiera haber ni juicios ni prejuicios, ni condenas ni cadenas. Cualquier tema puede ser escrito y leído con ansiedad, por más aberrante, abominable o despreciable que parezcan el o los personajes o los hechos contados. Lo que yo quería, desde que se me ocurrió el tema, era escribir algo que fuera lo más increíble que pudiera, desde el personaje hasta lo que ese personaje hace o como lo cuento.
Creo que matar a una persona y cocinarla o comérsela cruda puede ser para muchos, si no para todos los humanos, lo más bajo a lo que pueda llegar alguien. Y si yo quería retratar la repugnancia humana, si mi intención era poner en mi vitrina a un ser increíblemente detestable, debía encontrar al personaje que, según yo, fuera el más contradictorio. Por eso mi protagonista es una mujer bella, una mujer incondicionalmente atractiva en todos sentidos: hermosa en su físico, agradable en su bondad, estudiante y profesionista ejemplar, adinerada, altruista como pocas, caritativa casi casi como la Madre Teresa de Calcuta. En fin, como una aguja en un pajar.
Pero ese ser desesperadamente hermoso también tiene su lado negativo, como todos. Y yo sabía cuál era y qué era capaz de hacer y cómo. Entonces, si yo tenía la exclusiva, tenía que darla como la cuento. Y si la maldad en ella es tal como para contarla de tal modo que me lo crean, pues tengo que decirla tal cual, con la crudeza con que ella realiza sus fechorías.
No ha faltado quien me ha dicho que la forma como trato en “La caníbal” el tema de la zoofilia -algo que, creo, nadie se ha atrevido a escribir- no es literatura. ¿Y por qué esos mismos lectores se emocionan y se excitan con las aberraciones que narra el Marqués de Sade? ¿Sólo porque otros no se atreven a escribirlo, yo no lo haré tampoco? La asquerosidad en una historia escrita está en la conciencia del lector. A fin de cuentas, son sólo palabras.
Además, si no al mismo nivel, hay muchas historias semi clandestinas sobre antropofagia y zoofilia. Es sólo cuestión de echarse un clavado en la internet o en los videos pirata que se encuentra uno en todos lados. Nada es ajeno a la realidad. Todo está allí, sólo hay que rascarle un poquito a veces. Yo estoy seguro de que Prudencia -el nombre es intencional-, mi caníbal, existe en la vida real, inclusive, en México.
Alguien me contó que en internet conoció a una pareja mexicana que hace videos porno cuyos protagonistas son ella y su perro, y él -el hombre-, los filma mientras tienen sexo. Y ya editados, los suben a la red. ¿Qué de raro hay entonces en mi cuento? Sólo la forma como lo escribo. Pero es como si estuviéramos viendo uno de esos videos que pululan en internet. Debo decir que me costó no sólo mucho tiempo escribir el cuento (unos tres meses, escribiendo casi a diario), sino tolerancia a ciertos rescoldos de prejuicios mal habidos en mí.
Hay lectoras que me han felicitado por escarbar tan profundo en la psique femenina, en La caníbal descubierta al máximo. Pero he de subrayar que en este cuento están tratados todos los sentimientos humanos, es algo así como el resumen de todo el libro: va del amor más puro a la impureza más detestable, de la bondad sin reclamos a la maldad sin concesiones, de la gentileza ejemplar a la crueldad más aberrante. Lo peor y lo mejor del ser humano, concretamente en una mujer que a primera vista es la antítesis del título del cuento. Una lectora conocida, una señora "bien", sesentona, me dijo que mientras lo leía tuvo que dejarlo en tres ocasiones para ir a vomitar al baño; "¿y no terminó de leerlo?", le pregunté; "lo que más te admiro es que regresaba ansiosa por continuar leyéndolo, hasta que lo terminé"... Es el mejor elogio que he recibido para ese cuento.

La literatura no tiene edad

— ¿Cuáles de sus lecturas literarias logra encontrar en este libro?

— Creo que esa pregunta debieran responderla los lectores. Yo no escribo para que hallen en mis escritos a mis maestros literarios o periodísticos. Lo que aprendo de ellos me sirve sólo para mejorar a la hora de plasmar sobre el papel o la pantalla de la computadora una idea. Si hay alguna similitud entre una historia mía y la de alguien conocido o desconocido, es cosa de quien nos lea.

— ¿Hay lecturas que le apasionen, pero que usted sienta que nada tienen qué ver con lo que escribe? Si es así, ¿puede mencionar algunas?

— Son muchos los autores que me apasionan, en veces más que en otras, pero ninguno de sus escritos tienen qué ver con los míos.

— Usted esperó 20 años para publicar estos trabajos (aunque es un decir, pues la última revisión lo convierte en un libro reciente). ¿El expresar estas ideas ahora no le da la impresión de que debió hacerlo antes?

— No busqué su publicación antes no sólo porque no los tenía bien maduros, según yo (ya conté lo sucedido con el ofrecimiento que me hizo Vallarino), sino porque siempre que pensaba en hacerlo desistía porque me daba flojera andar de puerta en puerta en las editoriales, para ver en dónde me publicarían (hay en México una regla no escrita entre ellas que les dicta que un escritor novel no vende y, por lo tanto, difícilmente aceptan a la primera, y cuando aceptan te programan para un año o más después de que te aceptan). Afortunadamente, en Resistencia me encontré con una mujer más que bondadosa, buena lectora, como lo es Josefina Larragoiti, a quien le bastó, según me dijo desde el principio, leer tres cuentos dePrecocidades para ofrecerme la edición del libro, cosa que acepté de inmediato. Nunca es tarde para empezar a publicar. La literatura no tiene edad.

— ¿Se siente usted parte de una generación de escritores? ¿Es amigo de escritores con los que intercambie puntos de vista?

— Abomino las mafias en la literatura y en el periodismo. A los escritores que conozco los he tratado (eventualmente) en mi condición de periodista, y con quienes he tenido o tengo cierta cercanía es más bien en ese plan. Me aburren las reuniones dizque "de altura literaria", en las que lo único que flota en el ambiente es el ego y la soberbia. Para ególatra y soberbio me basto yo mismo. No tengo necesidad de presumir en sociedad lo que me considere como una virtud, quien me lo descubra en mis escritos que mejor me promueva, con eso me basta y sobra. Como escritor, la autopublicidad prefiero hacérmela retando a quien se me ponga enfrente y pedirle que me lea, y si no le gusta lo que escribo, que regale el libro y no ocupe en balde un espacio en su librero, tal vez se lo agradezcan.

— ¿La amistad entre escritores le sirve de algo a la literatura? Es decir, ¿puede dar ideas o modificar puntos de vista?

— Cuando alguien, escritor o no (entre mis lectores no hago ninguna diferencia) me dice "me gustó tu libro", le pido que lo recomiende, que sería el mejor comentario que me pudiera dar; si un colega destroza una historia escrita mía y alguien que no escribe me la aplaude, me quedo con la segunda opinión, por una sencilla razón: aun entre amigos, en este mundillo hay mucha envidia y cerrazón, muchos no aceptan que alguien les "gane" una idea, sobre todo aquellos que creen que sus historias son la gran novedad o que la forma como ellos creen "debe" escribirse es la correcta. Es importante escuchar puntos de vista sobre cómo tratar una historia o un personaje, y a veces te sirve para darle alguna variante a alguna tuya, pero no porque lo diga otro escritor o "crítico literario" voy a cambiar mi narración. A lo mejor lo que me diga como lección o lo que "debo" hacer me ayuda a sostener con mayor seguridad lo que he escrito, aun siendo todo lo contrario a su dicho.


*Entrevista a FREDDY SECUNDINO S., para la página web www.excentricaonline.com, a propósito de su libro de cuentos "PRECOCIDADES" (Editorial Resistencia, 2006).

PRÓLOGO "PRECOCIDADES"

MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Precocidades es algo más que un libro de cuentos. Se trata de una antología que reúne poco más de veinte años de trabajo creativo, de intuiciones y búsquedas.

Desde Tal vez lo mismo (...o el tratado de la ira) el primer cuento que conocí de Freddy Secundino supe que su transcurso por el periodismo era el mejor pretexto para que la escritura no se atreviera a detenerse. Con todo y que a lo largo de los últimos veinte años la vocación de escritor no cejó, apenas tenemos un libro que testimonia el empeño de su autor. A estas alturas Secundino tendría tres o cuatro libros de cuentos, por lo menos dos de poemas y tal vez una larga novela. La escritura ha proliferado en el silencio y la espera.

Ha reunido diecinueve cuentos que intentan organizarse temáticamente según muestran los cuatro grandes apartados, de mandamientos, de pecados y virtudes, de precocidades y algo más y de eros. No me referiré a todos pues con todo y que no se trata de un libro extenso los cuentos, que lo integran ofrecen un conjunto de lecturas posibles que son tarea del lector y que en definitiva no es el cometido de esta introducción.

Lo que si me gustaría advertir aquí es que este conjunto de cuentos tiene varias edades, tanto literarias como sentimentales, tanto cronológicas como de esa madurez que tiene que ver más con la experiencia, con la elaboración de las vivencias, que con el transcurso lineal del tiempo.

La literatura no posee una línea de evolución sino una genealogía que altera las dimensiones del tiempo. El parentesco de cada uno de los cuentos de Secundino es con literaturas y experiencias diversas. No hay una línea definida que de la primera página a la última dé cuenta de estos relatos. Las visiones obedecen a diferentes momentos y lecturas que de lo literario ha hecho el autor a lo largo de los últimos veinte años.

Tal vez el lector no noté que en muchos de estos cuentos Secundino se anticipó a algunos autores que inauguraron públicamente algún hallazgo, porque no son cuentos fechados. Pero a fin de cuentas eso no le importa demasiado a un lector que solo se empeña en su disfrute y en hacer de la literatura un forma de vida. Sin embargo, es importante anotarlo porque no estamos de ninguna manera frente a un autor tardío sino ante uno totalmente precoz y que empezó a consolidar su visión literaria apenas salió de la adolescencia. Me consta.

Las lenguas fundadoras

Muchas veces llegué a pensar que las visitas de Freddy Secundino a su natal Guerrero consistían en tránsitos expropiatorios de las hablas y los sentires locales. Cada vez que iba y venía, llegaba cargado de viejas palabras que renovaban sus relatos. Uno reconoce el habla materna, el habla de la costa que Freddy se empeñó en hacer tan gráfica como sonora, es un habla que en otros términos podemos entender como la lengua materna.

Materna en múltiples sentidos, porque con todo y que Freddy se mueve a sus anchas en ambientes fundamentalmente masculinos, desdice la leyenda de moda (desde hace por lo menos quince años) que es en la escritura de las mujeres donde tiene lugar la traducción de la experiencia femenina.

A lo largo de los cuentos reunidos aquí, esa lengua y esa sensibilidad femeninas le permiten interrogar e iluminar a un tiempo los ámbitos del sexo, del amor y de esos terrenos intermedios y al mismo tiempo tan primitivos como los celos, la envidia y la voracidad. No son pocas las mujeres que encontrarán en Precocidades un espejo de su naturaleza artificial, de su artificio natural y esas formas de rivalidad que las caracterizan.

Pero este no es el único ámbito en el que se despliega la lengua de Freddy Secundino. No es gratuito que este libro esté dedicado a su padre que no verá este libro publicado pero que supo escribir en él algunas de las líneas más poderosas que lo recorren: la visión sin cortapisas de la política (la parodia Rebelión en canicalandia (¡Te lo dije, Señor Presidente!) me parece el mejor ejemplo) como un ejercicio de héroes y verdugos, como el crisol donde amanecen los valores del sujeto y de la cultura; la religión como ese opio y como ese instrumento de salvación cuando el individuo sabe apropiársela y despojarla de los fanatismos.

“Querrán saber por qué tanto odio. Y es muy simple. Los hombres verdaderos harían lo mismo que yo. El que no odia no sabe vivir. Cuando Don Severiano -nombre de la víctima- sembró en mí la semilla de la defensa -porque lo mío fue defensa propia-, yo tenía cinco años de edad”

Don Severiano (No mataras)

Es en la lengua paterna donde Secundino explora las relaciones entre los hombres, entre los amigos y formas del amor que en muchos momentos se libran de la triangularidad para instalarse en la entrega absoluta. No es el terreno exclusivo de la palabra, pero sí el más consistente como carta de creencia, como brújula y sentido de la existencia.

El arraigo a la tierra llega por partida doble, ambas figuras permiten localizar los valores primordiales en una geografía y en su mundo interior:

Debieron ser unos segundos, no lo sé, el ensordecedor estruendo me hizo alzar la cabeza y mirar al frente, de donde provenía. Lo que vi no era algo de naturaleza conocida... Cualquiera de corazón endeble no habría sobrevivido tan sólo al verla: una enorme, inimaginable, goliática ola de agua café avanzaba hacia mí, trayendo consigo cadáveres humanos y de animales, restos de árboles y de mucho más de lo que es susceptible a la destrucción.

Aaagghh (No dirás falso testimonio ni mentiras)

La con(textura) de la crónica

En los cuentos de Freddy Secundino hay un eje fundamental que consiste en darle a la crónica de los hechos y a la descripción de los objetos un enorme peso, tanto, que es en ese espacio donde tiene lugar la credibilidad, la verosimilitud de los relatos. Es también en ese terreno donde se realiza otra de las virtudes de Precocidades: la oralidad profunda que permite escuchar a los personajes y dotarlos de una dimensión “casi” teatral.

Me parece importante distinguir que los recursos narrativos de Freddy Secundino no provienen del periodismo, con todo y que ejerce el oficio, sobre todo en materiales de largo aliento (entrevistas, reportajes y crónicas), con excelencia. Pienso que su habilidad para contextualizar y crear atmósferas viene de su pasión como lector y de su afinidad con tradiciones literarias que le conceden gran peso a la “transcripción”, “traducción”, de los detalles.

¿A qué tradición me refiero aquí? A una tradición que va, en México, del Rulfo de El Llano en llamas, al Yáñez del Al fino del Agua, al Azuela de Los de Abajo, al Martín Luis Guzmán de Memorias de Pancho Villa y al Revueltas de El luto humano.

Sin embargo el peso de la metáfora, la analogía y las comparaciones es notable. Son recursos administrados con prudencia porque finalmente la belleza de la escritura radica en el detallado e intencionalmente moroso desarrollo de los acontecimientos (“ese día andaba con el diablo en la boca, igual que una madre con el Jesús al ver partir a su hijo a la guerra” en De buena suerte … o el tratado de la pereza.)

Si bien los personajes que se encuentran a expensas de la voz narrativa dominante poseen fuerza, hondura y claridad, lo que parece explicarlos es el quiebre que un rasgo de carácter, un principio moral e incluso un estereotipo tienen frente a una situación, por lo general límite, que le permite al personaje la confrontación siempre penosa entre su mundo interno (“Yo sentía que mi vida no tenía sentido si no me vengaba”, en Don Severiano) y la realidad exterior.

No es una estrategia fácil, sobre todo si hoy somos testigos de una literatura dividida entre estos dos ámbitos: uno, que se juega todas las certezas del sujeto en relación a la realidad externa, siempre influyente, dominante y decisiva en la vida de los hombres; y otro, en el que el único espacio fundamental y determinante es el mundo interno como escenario de todas las elaboraciones y los vínculos, fundamentalmente simbólicos.

Musicalidad y diálogo

Una de las constantes del libro (también hay que decir que la diversidad es su principal signo) es la habilidad para diluir al narrador en un ejercicio de musicalidad sutil. Si una tradición se reconoce en este despliegue de diálogos es la de Garibay, Ibarguengoitia, José Agustín, Armando Ramírez y Vicente Leñero. No abundan en nuestras letras los diálogos a pesar de que contamos con una dramaturgia poderosa, muy literaria (en el sentido de desapego a la puesta en escena) y ampliamente vinculada a la tradición poética.

Cito a estupendos dialoguistas, muy diferentes entre sí, sólo para dar cuenta de la multiplicidad de miradores a los que se afilia Secundino. Como escribí líneas atrás Precocidades no se caracteriza por la homogeneidad ni por explorar recursos únicos. No he dicho que el libro, es a tal grado diverso que si no tuviera en la portada el nombre de un solo autor no vacilaría en pensar que se trata de varios.

Aunque el lector podrá disfrutar de estos cuentos, una vez que se libre de estas páginas introductorias, no puedo dejar de citar dos modalidades del diálogo que me parecen tan ricas como distintas.

-¿Te gusta, chiquito? -acarició Prudencia a Dens, y éste comenzó a ladrar.

-¡Que lo tienes impactado! -interpretó ella, carcajeándose, con la botella de tequila en una mano y los caballitos en la otra. Yésica también reía y dejaba que Dens la lamiera por doquier.

-¿Pido su mano para tí?

-¡¡Guau, guau, guau, guau!!

-¡Dice que quiere toooodo contigo!

¡¡¡Jajajajajajajajajajajaja!!!

-¿Y cómo los distingues, si son iguales?

-Dens tiene la verga más grande...

¡¡¡Jajajajajajajajajajajajaja!!!

-No, ya en serio, ¿cómo los distingues?

-Dens tiene la oreja derecha más parada... y siempre anda con la verga ídem.

¡¡¡Jajajajajajajaja!!!

Salud, salud, salud, salud y más salud...

Y esta otra en Edipo y yo, en de eros:

Uno de los preceptos de la Biblia que me enseñaron desde niña es el que dice textualmente: "Hijo mío, escucha los consejos de tu padre y no olvides los preceptos de tu madre".

¿Entonces, con qué moral? ¡Qué dilema!

-¿Gratis?

-Sólo las horas extra.

-Bueno..., tal vez algún día pueda ser gratis, ¿no?... Soy Sandra y...

-Y yo soy todo tuyo.

Y sí...

Los avatares de la percepción

Los narradores de estos cuentos son seres exaltados, extáticos y comprometidos a tal punto con el sentido de sus narraciones, que se presentan a sí mismos en la cuerda siempre floja de la razón:

“Ese día, aprendí tanto de la muerte en tan poco tiempo, como no había aprendido de la vida en tantos años. En unas horas experimenté al máximo la sorpresa, el asombro, la admiración, la duda, el pánico, la angustia, el drama, el dolor... y la pérdida de la razón. La tragedia vivida que me llevó a la inconsciencia tiene dos características particulares: mató a los miles que la sufrieron, y el único que puede burlarse de ella ahora es el autor de estas líneas.

Aaagghh (No dirás falso testimonio ni mentiras)

La voz del narrador integra, por lo general, la textura de las percepciones-interpretaciones y una extraña forma de objetividad que permite saber de qué están hechos los objetos que intenta captar esa forma de conciencia acosada y lucida de sus narradores. Con todo y que Secundino apuesta a una consistencia onírica de sus relatos, lo real aparece objetivado a través de una minucia forense de los objetos. Nuevamente cito Aaagghh para mostrar este recurso que, también hay que decirlo, enfrenta y descompone el tiempo en los añicos que se le clavan en la mirada.

Debieron ser unos segundos, no lo sé, el ensordecedor estruendo me hizo alzar la cabeza y mirar al frente, de donde provenía. Lo que vi no era algo de naturaleza conocida... Cualquiera de corazón endeble no habría sobrevivido tan sólo al verla: una enorme, inimaginable, goliática ola de agua café avanzaba hacia mí, trayendo consigo cadáveres humanos y de animales, restos de árboles y de mucho más de lo que es susceptible a la destrucción.

El horizonte de los temas

No quiero renunciar a explorar algunos de los temas, evidentes y ocultos, que recorren los cuentos. Voracidad es el nombre que por momentos adopta esa emoción que quiere confundirse con el amor. Ese deseo insaciable que Melanie Klein definió como una intención inconsciente de vaciar y devorar el pecho materno que está retratado con obsesiva finura en La caníbal ( o el tratado de la caridad):

mis amigas me envidiaban cuando les hablaba de ti, "préstamelo", y yo no, cómo creen, están locas, apenas y me llena a mí, y no, no me llenabas, no me cansaba de ti, de tus manos, tus tetillas, tan tímidas y tan ligeras, y tu trasero, ¡ay!, tu trasero, Jesús, Jesusito, muá, pero sobre todo tu verga, Jesús, tu verga que no sólo expulsaba semen a chorros, biscosidad caliente, rica, untable en el pecho y en las nalgas y en el ombligo, tú en tu estado semental eras encamable, enteramente acariciable, mamable, babeable, mordisqueable, ¿cómo olvidarlo, Jesús?, ¿cómo, Cristo mío?, a ver, dime…

Un discurso indirecto que posee una obscenidad delicada que muestra las posibilidades del autor para instalar a un objeto masculino en el territorio ávido de la escritura ¿femenina? para inscribir el deseo que avanza sobre la piel, que no penetra, que moja y traga en un festín oral del cuerpo-recuerdo del otro, del amado, del añorado.

¿dónde quieres que deje tanta energía, tanto deseo reprimido?, ¿en la verga de quién?, no Jesús, si no ha de ser en la tuya, no será en ninguna, sólo la tuya, la tuya que siempre andaba tiesa, la tuya, sí, la que tanto chupé, mordisqueé, endurecí y la hice venirse una y otra vez, la tuya que entraba en mi boca y me la quería comer, en mis manos y me la quería comer, en mis pechos y me la quería comer, en mi entrepierna ¡y me la quería comer!..., yo sobre ella, tú atrás de mí, explorando mis nalgas, mi espalda, mis senos, mi cuello, mi pubis, mi clítoris, entras, sales, entras, sales, me volteas, mis pies sobre tus hombros, tus manos sobre mis pechos, empujas a gran velocidad, te detienes, metes sólo la puntita, te mueves para un lado, para el otro…

La caníbal

Posesión criminal que recuerda la avidez visual del Rafael Bernal de El Complot Mongol, con sus variantes de lo policial, astucias sobre la justicia y el enigma que se esconde siempre detrás de la nota roja. La caníbal es uno de los cuentos más sugerentes y ambiguos del libro, cargado de percepciones, lances absolutamente subjetivos y objetivaciones de cuadro policial y periodístico.

También desfilan las pasiones nacionales, la religión, la política y por supuesto el fútbol. Los desastres naturales y sociales que se trenzan y ofrecen una explicación, sin pretenderlo de nuestra “alma nacional”.

Freddy Secundino ha tenido la fortuna de cumplir la fantasía de muchos escritores: reunir en un solo libro sus mejores hallazgos. Por lo general escuchamos a un buen número de narradores desdecirse permanentemente de lo que consideran sus “pecados de juventud”. Con el tiempo terminan elaborando su antología personal. Freddy Secundino nos entrega hoy lo mejor de sí mismo sin “pecados de juventud” y suscribiendo todo lo que está escrito en las páginas que siguen como testimonio y memoria de su lengua paterna.

*Texto del periodista MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN, para el prólogo del libro de cuentos "PRECOCIDADES", de FREDDY SECUNDINO S. (Editorial Resistencia, 2006).