COLUMNA
CHICOTAZOS
#YoSoy132 Y NARCOPOLÍTICA
No hay mayor lujuria que el
pensar.
Se propaga este escarceo
como la mala hierba
en el surco preparado para
las margaritas.
(Fragmento de un poema de la polaca Wislawa
Szymborska)
FREDDY SECUNDINO S.
Cual mortífero
presagio, en tan sólo unos cuantos días el cielo de Enrique Peña Nieto y el PRI se copó de negros nubarrones, anunciando una impredecible tormenta
huracanada.
Asustados y sabedores de que su suerte
electoral se asemeja a un barco a la deriva en alta mar, cimbrado por el
oleaje, anunciaron un supuesto golpe de timón y lanzaron un SOS a sus votantes.
Sin embargo, éstos se hallan más
preocupados por sí mismos que por ponerle atención a su capitán y a la
tripulación del tricolor navío.
Válgase la metáfora para hablar de los
dos golpazos que recibió el candidato presidencial priista y su partido: la
irrupción y acelerada crecida del movimiento #YoSoy132, y el involucramiento
del ex gobernador tamaulipeco Tomás Yarrington con el narcotráfico, según
autoridades judiciales estadunidenses.
EL RAYO #YoSoy132
El viernes 11 de
mayo, cuando estaba por subirse a su camioneta, tras huir a paso veloz de los
enardecidos estudiantes de la Universidad Iberoamericana que le gritaban
improperios, Peña dijo a una reportera que la protesta no era “genuina”. Y
minutos más tarde, el presidente del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, se atrevió a
denigrar a los chavos llamándolos porros, acarreados y quién sabe cuántos
epítetos más por el estilo. Cuán ignorantes eran de lo que se les vendría
encima.
A estas alturas, agrupados como
#YoSoy132, la chaviza de la Ibero ha recibido no sólo el apoyo del alumnado y
académicos de diversas universidades e institutos (públicos y privados) de
educación superior del Distrito Federal y otros puntos del país, sino de
familiares y organismos sindicales y de defensa de los derechos humanos.
Si bien insisten en etiquetarse como “apartidistas”,
los estudiantes hacen hincapié en llamar al electorado mexicano para que emita
su voto el 1 de julio “de manera razonada”, informándose no por las televisoras
(principalmente), sino a través de las redes sociales (hay que destacar que su
primera consigna es por una mayor equidad informativa). La cuestión aquí es que
la mayoría de las páginas periodísticas en internet son dominadas por esos
mismos medios informativos que critican y descalifican.
Aunque públicamente su discurso sea “apartidista”,
en lo individual quizá la mayoría de quienes conforman y simpatizan con el
movimiento es tendiente no sólo de negarle su voto al PRI y al PAN, sino que
está a favor de Andrés Manuel López Obrador (no del PRD, que no es lo mismo).
Esto se sostiene no sólo porque el
detonante del #YoSoy132 fue la protesta y rechazo tajante a Peña Nieto, sino
por las cartulinas y consignas en las concentraciones públicas de los
estudiantes.
No en balde los intentos de algunos
simpatizantes de AMLO por tratar de influir en el movimiento, haciendo un
llamado para sumarlos al candidato (recuérdese al escritor Paco Ignacio Taibo
II en la “Estela de la corrupción” durante el mitin allí realizado hace unos
días. Por su parte, Josefina Vázquez Mota también expresó su pretensión de
sentarse a dialogar con el #YoSoy132).
Esta lógica hizo que Peña insistiera en
su hipótesis de que los chavos fueron manipulados “por el candidato de la
izquierda”. Pero al darse cuenta de que el movimiento amenaza seriamente su
supuesta estabilidad y súper ventaja (según las encuestas pagadas por su
partido o por los medios de información afines), dio una vuelta de tuerca a su
discurso y ahora resulta que ya le pone atención a las manifestaciones
estudiantiles porque son “respetables y genuinas”.
Además, anunció y pidió a los consejeros
nacionales del PRI “romper con el pasado”, por aquello de las acusaciones de
corrupción con que se identifica a su partido y a los gobiernos federales,
estatales y municipales priistas.
Aunado a ello, el PRI echó a andar su
maquinaria en todo el país (al igual que su aliado, el Partido Verde) para
movilizar a sus juventudes para que inunden las redes sociales y los números
telefónicos con mensajes de apoyo a Peña y al PRI, así como para contrarrestar
al #YoSoy132.
Hasta ahora, estos muchachos priistas
no han logrado más que una gigantesca ola de rechazo, burlas y críticas en Facebook
y Twitter, que presagian un rotundo fracaso como contrapropuesta.
Hay que agregar también, en el mismo
sentido y con el mismo resultado negativo en su contra, a la pléyade de
opinadores y/o apoyadores de Peña en televisión, radio y prensa escrita,
quienes tratan de minimizar al movimiento estudiantil argumentando que “unos 40
mil o más” estudiantes desorganizados e impetuosos no son representativos del
millonario universo juvenil mexicano con credencial para votar.
No mencionan, claro está, que las
encuestadoras cuyos números dan a conocer ellos mismos sólo entrevistan a unos
cientos de electores y sostienen sus resultados como “apegados” a la realidad.
Es claro que Peña jala a un buen
porcentaje de chavos a su lado, pero por lo visto hasta ahora en las redes
sociales la balanza se inclina hacia las juventudes amlistas (sobre todo) y panistas. Nadie puede afirmar cuántos de
los cerca de 30 millones de jóvenes de entre 18 y 29 años de edad empadronados
votarán por un candidato u otro, pero si el movimiento #YoSoy132 aprovecha el
poco tiempo que queda para las elecciones y logra atraer a la mayoría de ese
universo electoral, las posibilidades de AMLO son mucho mayores que las de Peña
y Vázquez Mota.
Además, hay que considerar que los 7.8
millones de “ninis” (jóvenes que no estudian ni trabajan), según cifras de la
UNAM, no estarían en su mayoría inclinándose por la candidata del PAN (Calderón
es el presidente del desempleo), ni por el del PRI (¿cómo creerle, después de
su reacción en la Ibero contra la juventud mexicana con poder de opinión?).
Por supuesto que miles de los “ninis”
se abstendrán de votar o anularán su voto, y junto con ellos quizá sus
familiares, pero al parecer estos comicios están animando al electorado en
general más que los anteriores. Y si esto es así, y de acuerdo con estudios
recientes, a mayor número de votantes, más grandes son las posibilidades de que
el PRI pierda y, eventualmente, AMLO salga favorecido.
Hace unos días, el investigador Eduardo
Loria, de la Facultad de Economía de la UNAM, reveló que el 22 por ciento de
jóvenes de entre 15 y 24 años de edad (allí se ubica un buen número de los 7.8
millones de “ninis”) ya no busca empleo porque están desalentados ante su
infructuoso peregrinar. De ahí el acelerado aumento de la ocupación informal
que, según Loria, alcanza ya el 28 por ciento de ese sector de la chaviza.
A esto, claro, se agregan quienes
deciden sumarse a la delincuencia (léase narcomenudeo), una actividad no
considerada en la economía informal y de la que no se tienen datos.
Así pues, el #YoSoy132 debe homogeneizarse
a la voz de ya y ser más activo que hasta ahora. No bastan su natural
efervescencia hormonal y neuronal, ni su hartazgo de la dinosáurica y convenenciera
clase política nacional, ni su lógico y acertado rechazo a los acomodaticios
medios de información tradicionales.
Si bien ya iniciaron la tarea de salir
de las redes sociales para tomar las calles, plazas públicas y hogares, y pedir
así al electorado que se informe como mejor pueda, que no se deje manipular y “razone”
su voto, es imprescindible que no se divida ni se deje cooptar –ni en lo
individual, ni en lo grupal– por ningún partido político.
Pero más importante es que sepa
orquestar su estrategia mediática y llevarla a la práctica cara a cara para que
deje de ser meramente estudiantil y se convierta en una ola social que no sólo
influya en el resultado del 1 de julio en las urnas, sino que vaya más allá en
el sinuoso camino hacia una mejor democracia en el país.
El #YoSoy132 deberá saber hacerse
escuchar –inclusive, a través de los mismos medios que critica y descalifica:
tv, radio y prensa escrita– como una voz que silencie a los políticos que ya no
gustan de dirigirse a las personas directamente, sino a sus voceros, quienes –en
aras de un interés propio o para mantener los privilegios logrados– sirven de
megáfono a aquéllos, reduciendo los asuntos de interés nacional a poco más que
pláticas de café o comentarios aduladores a quienes ostentan el poder político
o para encumbrar a quien lo pretende gracias al derroche de dinero.
Si el #YoSoy132 logra convertirse en un
hashtag nacional por la esperanza de
tener un país mejor y con verdaderas posibilidades de desarrollo, pasará a la
historia como una de las revoluciones culturales más importantes del siglo XXI
a nivel mundial. Para cambiar de raíz a una nación no se necesitan balas que
maten, basta con el voto mayoritario en las urnas y la defensa posterior del
mismo. Que así sea, por el bien de todos.
CÓMO SER PODEROSO Y NO QUEDARSE EN POLÍTICO
La otra sacudida
a Peña y al PRI es la acusación que hacen las autoridades judiciales de Estados
Unidos en contra del ex gobernador tamaulipeco Tomás Yarrington.
Cierta o no la presunción de que se
hizo de muchos millones de dólares gracias a sobornos (o nexos o sociedad, da
lo mismo) al cártel del Golfo cuando gobernó Tamaulipas, lo cierto es que al
menos para efectos de la opinión pública nacional, ya se registró como un golpe
al hígado a la campaña de Peña, no sólo por ser de su mismo partido, sino por
la cercanía que el candidato presidencial mostró públicamente con el ahora
defenestrado priista.
Es curioso, por decir lo menos, que
hace unas semanas, cuando se supo –como rumor– que Yarrington y otros dos ex
gobernadores tamaulipecos (Manuel Cavazos, su antecesor, y Eugenio Hernández,
su sucesor) eran investigados en el país vecino por presuntos nexos con el
narcotráfico, Peña y el PRI saltaron de inmediato no sólo reclamando que se les
juzgara socialmente a través de un rumor, sino que acusaron al gobierno federal
mexicano de pretender sacar raja política del caso mientras se desarrolla el
proceso electoral.
Bastó que las autoridades
estadunidenses confirmaran la investigación y la Procuraduría General de la
República iniciara la propia, para que Peña y el PRI se deslindaran de Yarrington
y, más aún, le suspendieran sus derechos partidistas, durante una ciclónica
sesión del Consejo Político Nacional priista, además de pedirle a su
correligionario que dé la cara, enfrente el proceso y demuestre su inocencia. O
sea, como quien dice: si te vi, no te conozco, y si te acercaste, no fue porque
yo te llamara.
Pase lo que pase con Yarrington y,
eventualmente, con Cavazos y Hernández, se sabe extraoficialmente que la marea
no sólo arrastrará a otros políticos priistas de alto nivel, sino que podría
llevarse consigo también al propio Peña Nieto.
Y es que de algo han de servir –nunca más
oportuno que ahora para utilizarlos– los “testigos protegidos” de la PGR
(narcos presos que colaboran con el gobierno para reducir sus penas), algunos
de los cuales navegaron con buena mar y a buen viento en el Estado de México
mientras Peña fue gobernador de esa entidad.
Sólo las autoridades saben qué tan
fuertes y consistentes pudieran ser eventuales señalamientos contra Peña o
algún alto ex funcionario de su gobierno. Quizá nada podría ser tan mortal –electoralmente
hablando– como una acusación de esta naturaleza.
Si bien tal vez no haría mella en el “voto
duro” del PRI –hay millones de mexicanos que creen que la narcoviolencia se
acabaría si el PRI gana la Presidencia de la República porque, dicen, los
priistas “sí sabrían negociar con los narcos”–, un escándalo tal podría animar
a participar el 1 de julio a ese alto porcentaje de electores (30 por ciento
del padrón) que hasta ahora se dice indeciso de votar o no, o a quién darle su
voto.
El gobierno federal (léase PAN) le
apostaría entonces a jugársela para que esos electores se inclinaran
mayoritariamente por su candidata o, en última instancia, por AMLO.
De ser esto último, Calderón jugaría un
papel similar al jugado por Ernesto Zedillo en el año 2000: si en economía
(empleo) y seguridad pública no ha de reconocérsele, sí podría ser en política,
pues pasaría a la historia (al menos así lo manejaría) como el Presidente que
evitó el regreso del país al pasado corrupto y de simulación que representa el
PRI, y que a su vez logró una mejor democracia al transferir el poder a la
izquierda.
Sabedor de esto y más allá de su
discurso amoroso, AMLO ha dicho desde el debate entre candidatos que mantendrá
al Ejército en la lucha contra el narco y lo retirará paulatinamente, mientras
la policía se prepara y se depura para estar apta contra esa tarea.
Si hasta ahora esa clase de rumores –la
colusión de políticos y militares con el narco– se han confirmado y, al
parecer, lo que hemos visto no es más que la punta de un gigantesco iceberg, no debemos descartar que esos negros
nubarrones en el cielo priista desaten un destructor huracán que acabe con los
cantos de victoria anticipados de Peña y compañía.
De nada le servirá congraciarse con la
chaviza que lo detesta, ni los deslindes de presuntos narcopriistas, ni cien
decálogos por una Presidencia “democrática” (como si esto no fuera una
obligación primordial del primer mandatario o una exigencia natural del
electorado, que no necesita que un candidato presidencial se la venda como
propósito primero).
Nada mejor que una acción como ésta,
para que Calderón la utilice como la cereza del pastel que nos vendió como
guerra (después “lucha”) contra el narco y la delincuencia organizada.
Veremos.