COLUMNA
CHICOTAZOS
LOS NUEVOS “HÉROES” DE LA DEMOCRACIA
FREDDY SECUNDINO S.
Debiera haber
fiesta en todo el pueblo, pero no es así. Debieran estar abiertas las puertas
de todos los hogares para alojar a cualquiera que pase por enfrente. Debieran
verse sonrisas por doquier con blancos dientes alumbrando rostros sin arrugas. Debiéramos
estar todos alegres, sin luto en ningún hogar. Debieran los niños jugar hasta
con su sombra sin que nadie les dijera nada. Debieran los abuelos implorar la
muerte porque lo han vivido todo y sin desgaste. Debieran hasta los perros
ladrar de júbilo y, sin embargo, hay rabia en su saliva. Debieran las iglesias
rebosar de esperanza, pero las campanas están doblando a misa…
Hoy, el día debiera ser alegre para
todos, pero no todos celebran por la vida.
“Esta
pantomima sangrienta y desgarrada –diría el poeta triste–, este truco monstruoso y despiadado que está
aquí ahora en la picota del escarnio… ¿Para qué? ¿Qué significa? ¿Adónde vamos?
¿Adónde nos lleva todo esto? ¿A la justicia? Pero ¿qué es la justicia? ¿Existe
la justicia? Si no existe, ¿para qué está aquí Don Quijote? Y si existe, ¿la
justicia es esto? ¿Un truco de pista? ¿Un número de circo? ¿Un pim-pam-pum de
feria? ¿Un vocablo gracioso para distraer a los hombres y a los dioses?
Respondedme… Respondedme… Que me conteste alguien… ¿Qué es la justicia?” (*)…
Y nadie responde. Porque la justicia en
mi país es una carcajada. Una burla. Una farsa. Un montaje. Un escenario
hechizo. Una palabra en boca ajena. Y es también llanto de impotencia. Y es
juego perverso entre risas y lágrimas. Y es un dibujo a lápiz que se puede
borrar y repetir y borrar y repetir y borrar… y así hasta el infinito, hora
tras hora, día tras día, año tras año, por los siglos de los siglos…
Yo supe de un país burlado que sufrió
golpes, cachetadas, escupitajos y toda clase de bajezas. Un país en el que lo
escatológico era el pan de cada día. Un país que fue vereda, que fue camino,
que fue tierra pisoteada. Un país que antes de convertirse en polvo vino la
lluvia y le engendró nuevos seres, nuevas personas, nuevos hombres, nuevas
mujeres. Un país que brotó cual ave fénix y se levantó y creció y defendió su
cuerpo, apostó su vida, no le importó la muerte, y venció a sus verdugos, ya no
fue vereda, ni camino, ni tierra pisoteada.
Supe de un país convulso que imploraba
justicia y peleó por ella aun agonizante. Un país donde sus niños lloraban de
hambre mientras sus padres ofrendaban su vida por ganar un mendrugo de pan. Un
país donde los abuelos sirvieron de piedra en el camino para tropezar a los
rivales. Un país donde los perros ladraban anunciando la llegada del enemigo. Un
país donde las campanas doblaban por la gloria que pronto habría de llegar.
¿Dónde está ese país? ¿Dónde está ese
pueblo? ¿Dónde sus verdugos? ¿Dónde sus hombres valientes? ¿Dónde sus mujeres
al lado de los hombres, junto a sus niños y atrás de sus abuelos?
Aquel país que se desangró para sembrar
la tierra y brotaran nuevos seres, está siendo encostalado por unos cuantos
verdugos. Virus humanoides lo han invadido y amenazan con extinguirlo. Han
tendido trampas por doquier, con cebos que saben a miel y a fruta fresca. Han
comprobado la debilidad que provoca el hambre cotidiana. Saben que las migajas
repartidas no alcanzan para todos. Ya vieron que muchos se arrastran como
pueden en busca de una esperanza que no está en el sitio adonde se dirigen. Y
alistan sus machetes, sus espadas, sus hachas afiladas. Y lentos,
desvergonzadamente lentos van asestando golpe tras golpe, espalda por espalda,
cabeza por cabeza. Y tiñen la tierra de rojo. Y pintan las piedras de
escarlata. Y tintan de sangre la savia de los árboles. Y mutilan. Y decapitan.
Y quieren acabar con la esperanza de la última vida.
¿Qué tan fuerte es el lamento de los
malheridos, para ser escuchado por alguien a lo lejos? ¿Es el viento lo
bastante huracanado para llevar a cualquier parte el grito de dolor y auxilio? ¿Hay
alguien a lo lejos que lo escuche y atienda su llamado? ¿No han acabado esos
virus humanoides con todos los cerebros?... ¿Acaso queda algún cerebro entero y
enteramente vivo?
Ese país agonizante y convulso que
tropezó, calló y fue pisoteado y se levantó y peleó con la boca llena de
justicia, yo lo soñé y al despertar vi que estaba a mi lado. Se le veía animado,
lleno de vida. Y supe que la sonrisa con que saludaba al nuevo día no era
fingida, sino porque soñó con un futuro florido y soleado. Y lo vi tocar de
puerta en puerta, cantando jubiloso y muy confiado que la esperanza no estaba
muerta, que a todos llegaría el bienestar deseado.
De pronto, todo era alegría. Los niños se
divertían hasta con juguetes inventados. Los padres creían vivir lo que ni
siquiera suponían, y los abuelos compartían felices lo sufrido en el pasado.
Y cuando la esperanza estaba en su
esplendor, dedos misteriosos taparon la luz del sol, llenando el ambiente de
oscuridad y de terror, como cuando en el horizonte se pinta el arrebol…
Todos parecían dormirse ante el eclipse
simulado. Todos parecían víctimas de aquel monstruo sorpresivo. Nadie se movía
en ese ambiente sombrío y secuestrado. Todo era calma, silencio depresivo.
“¡Despierten!”, se oyó una voz, pero
nadie supo de dónde venía. “¡Esto es una tragedia!”, continuó su grito, “¡nadie
se lo merecía!”… Y aunque el silencio fue la única respuesta que encontró,
recurrió al mismo poeta triste y así reclamó:
“Si
no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos que el orín
de los perros; si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente
menos categoría que el estiércol; si no es ahora… ¿cuándo se pierde el juicio?
Respondedme, loqueros, ¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos el
mecanismo del cerebro?” (*).
*******
Habrá de entender
usted, lector, que la poesía, claro está, no es la vida, pero es el recurso más
humano y justo que hallé para parodiar un asunto tan delicado como el fallo del
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para descalificar la
impugnación interpuesta por el Movimiento Progresista contra la elección
presidencial en México del pasado 1 de julio.
Desde mi punto de vista –y como lo he
sostenido en esta columna desde hace varias semanas–, no fue una sorpresa
porque nunca creí en lo que se da en llamar “altura de miras” de los magistrados
electorales. Y, peor aún, sus argumentos hechos públicos este jueves 30 no sólo
confirmaron mis dudas y negras previsiones, sino que rebasaron toda
consideración.
Nadie sensato en México que haya visto
la sesión del pleno de los magistrados podrá negar que lo único que les faltó a
esos jueces fue soltar la carcajada cuando hablaban, para ilustrar así su punto
de vista sobre el recurso legal que apoyaban muchos más que esos 15 millones de
votos que se le reconocieron al candidato presidencial de la izquierda, Andrés
Manuel López Obrador.
Si bien a su modo lo demostró en ese
sentido el magistrado (priista de corazón y convicción) Flavio Galván, al decir
que todo era “anecdótico” y resumir en unos cuantos ejemplos lo que a su juicio
eran todos los elementos de prueba que presentó “la parte actora”, el hecho de
que los siete integrantes del máximo órgano jurídico electoral del país se
hayan llenado la boca hasta las náuseas con casi las mismas palabras y sobre
los mismos casos, deja mucho qué desear y, sobre todo, confirma lo que muchos
esperábamos: una alineación con el discurso del candidato presuntamente
triunfador y su partido, Enrique Peña Nieto y el PRI.
Lo que dijeron los siete y cada uno,
bien pudo haberlo dicho el propio Peña, o el dirigente priista, Pedro Joaquín Coldwell,
o el coordinador de la campaña tricolor, Luis Videgaray, o el ahora coordinador
de los diputados del PRI, Manlio Fabio Beltrones.
¿Para qué se tardaron tanto tiempo, si
tenían que salir con un dictamen político, simplista, parcial, anodino, falto
de rigor jurídico, partidista, atiborrado de bla bla bla, con un infantil y
cursi sinfín de citas de “frases célebres”, adulador de lo sucio, aval de la
violación a la ley?
Sabido es que en México la ley
electoral está hecha no sólo para violarla sin tanto riesgo, sino para ganar
(inclusive) la Presidencia de la República con marrullerías, con engaños, con
trampas, con burla al electorado. Pero hasta las cinco de la tarde de este
jueves 30 de agosto aún había millones de mexicanos que todavía creían en la
sensatez e imparcialidad jurídica de esos supuestos expertos jueces, puestos
ahí (ganando sueldos altísimos con dinero del erario nacional) para velar por
los intereses de todos los mexicanos.
Pero no. Nada de lo que esos millones
que no votaron por Peña Nieto (y que no necesariamente le dieron su sufragio a
AMLO) se vio reflejado en la decisión definitiva sobre los comicios del 1 de
julio pasado. Al inaceptable entender (que no a su juicio) de los magistrados,
ninguna prueba presentada “hizo prueba” y todas fueron menospreciadas en tono
de burla al hacerlas una sola con ejemplos que lo único que despertaron fue la risa
ajena, pues parece que ésa era su intención: demostrar que los ejemplos que
ponían como inviables no eran sólo una muestra, sino que toda la impugnación
era igual.
Es decir, que el Movimiento Progresista
le tomó el pelo inclusive a sus propios electores presentando pruebas que no
sólo “no hacían prueba”, sino que no tenían ni la más mínima idea del derecho y
todo lo hicieron con las patas.
Las prisas a las que la ley electoral
obligó al Movimiento Progresista a presentar la impugnación para que se invalidara
la elección presidencial orillaban a ese peligro: que algunas que consideraban
pruebas “no hicieran prueba” (viéndolo con estricto rigor jurídico vertical o,
en mejores palabras, postura político-partidista, como la de los magistrados).
Pero de eso, a darle a entender al
electorado que unos cuantos ejemplos hechos públicos hablaban por todo el
recurso interpuesto, no se puede interpretar más que como una burla descarada
por parte de los magistrados hacia quienes votaron por AMLO, por quienes se
decidieron por Josefina Vázquez Mota y por quienes anularon su voto o
simplemente no acudieron a las casillas. Es decir, que los únicos mexicanos que
tienen razón son quienes votaron por Peña Nieto, como ellos.
Fue tan absurda la forma en que
ilustraron su dictamen, que no se puede sino sólo comparar con este ejemplo tan
burdo como el discurso utilizado como argumento “legal” por ellos: en la noche,
un automovilista atropella con su auto negro a cinco peatones, cuatro mueren y
uno queda con vida, pero éste alcanza a ver la placa del vehículo y levanta la
denuncia ante el Ministerio Público; se hace la “investigación” y se presenta
al susodicho responsable, junto con el vehículo, aunque éste, en vez de negro,
es azul oscuro, si bien con las mismas placas denunciadas por la víctima. Pero
como el auto no es negro, no hay culpable ni delito que perseguir.
Queda claro que los magistrados no
decidieron ni el jueves 30, ni un día antes, ni dos, ni tres, ni cuatro, sino
el día que emitieron su voto en las urnas… Ahora podemos inferir, sin temor a
equivocarnos, el nombre del candidato y el partido cruzado en sus boletas
electorales. Más evidentes y burdos no pudieron haber sido. De ahí que ahora,
para millones de electores no sea una sorpresa, aunque conservaban la esperanza
de que, si bien le darían el sí a Peña, aceptaran que sí hubo irregularidades
en la elección, aun no siendo éstas lo bastante “contundentes” (para emplear
sus propias palabras) como para anular lo que el Instituto Federal Electoral ya
había calificado como “ejemplar”.
Desde hace varias semanas adelanté aquí
que el fallo lo darían varios días antes de que se cumpliera el plazo máximo
legal (6 de septiembre) e, inclusive, antes de que la nueva Legislatura
iniciara sus trabajos. Y si lo hice no fue una mera invención o especulación
periodística, sino porque en el propio TEPJF y en los círculos del poder era un
secreto a voces que la decisión se tomó desde que el IFE y Felipe Calderón
hicieron público el supuesto triunfo (ese sí, contundente) de Peña en las
urnas.
No en balde la cínica declaración del
magistrado presidente, Alejandro Luna Ramos (den por hecho que ahora ya tiene
ganada una silla en la Suprema Corte de Justicia de la Nación), al adelantar su
juicio sobre la aún no presentada impugnación, advirtiendo que nadie ganaría en
la mesa lo que no obtuvo en las urnas.
De lo que se trataba, pues, era de
cerrar el círculo iniciado meses antes de las elecciones: imponer a Peña Nieto
tras una (aparente, pero ahora develada) acción concertada entre el PRI, el
gobierno federal, los órganos electorales (IFE, TEPJF y Fepade), IP y medios de
información afines.
Por eso, también poco después de las
elecciones, lo llamé “golpe de Estado electoral”. Pero sus protagonistas no
pretenden quedarse en esta elección. Su propósito es consumar por muchos años
más el oculto acuerdo bipartidista de repartirse la Presidencia de la República
entre priistas y panistas.
En lo personal, no creo que los
magistrados hayan analizado “una por una y exhaustivamente” (como presumen)
todas las pruebas presentadas por el Movimiento Progresista. ¿Por qué no
hablaron, en la sesión del jueves 30, de las que sí “hacían prueba”, que por
supuesto que sí las hay, y muchas? Pues porque no les convenía. Porque no
debían manchar lo que ahora escucharemos hasta el hartazgo en todos lados: que
no sólo fue una elección ejemplar (por supuestamente “limpia”) e histórica (por
el fallo), sino que México ya es ejemplo de democracia a nivel mundial.
Que vengan entonces de todos lados a
pedirnos consejos de cómo tener un Presidente violando la ley, burlándose del
electorado, comprando y coaccionando el voto, sobrepasando el tope de gastos de
campaña, invirtiendo dinero de dudosa procedencia (inclusive, del narcotráfico)
y logrando la unanimidad de los jueces encargados de calificar los comicios,
sin hallar ninguna anomalía, por más evidentes y descaradas que éstas sean y
por las que en cualquier país serio y justo se anulen unos comicios mal habidos.
No, la consigna es imponer un discurso
sobre la aplicación “impecable y estricta” de la ley (SU ley). Se trata de que
todos entendamos, aunque no nos guste, que en México hay jueces justos, que
miran por el bien común, que son ejemplo de respeto a la Constitución, que
ahora sí se le está poniendo atención al sueño de “las mayorías” y que nuestros
políticos que pelean el poder (y lo ganan) se atienen con restricción a los
preceptos legales y así actúan.
Pero no, nada de eso es cierto.
*Extractos de los poemas “¿Y qué es la justicia?” y “Pero
ya no hay locos”, de León Felipe.