COLUMNA
CHICOTAZOS
¿TOMA DE POSESIÓN EN LOS PINOS?
FREDDY SECUNDINO S.
El rumbo del
asunto postelectoral en México va dando visos de varios escenarios históricos
que, eventualmente, podrían incluir uno nada alentador para nuestro futuro y noquearía
a la endeble democracia de que “gozamos”, a la que la clase política, en lugar
de vitaminar, discapacita cada vez más.
Todo indica que el Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) no invalidará los comicios del 1 de
julio y le otorgará a Enrique Peña Nieto la constancia de mayoría y, por ende,
de Presidente electo, dejando en cosa menor (una sanción económica) lo relativo
a la violación de la Constitución (en su artículo 41) y el presunto lavado de
dinero en la campaña del priista.
A estas alturas del problema, está de
más insistir con detalle en el vergonzoso papel del Instituto Federal Electoral
(IFE), cuyo consejero presidente, Leonardo Valdés Zurita, no sólo ha desechado con
personal prisa todos los argumentos y pruebas que el Movimiento Progresista presentó
para impugnar la elección presidencial, sino que hasta se convirtió en abierto
y descarado defensor del PRI, al justificar el papel de las encuestadoras,
sobre todo a GEA-ISA, la que durante todo el proceso electoral le dio una
descomunal ventaja a Peña Nieto.
Curiosamente, Valdés Zurita endureció
sus palabras relativas al papel del IFE ante la impugnación del Movimiento
Progresista luego de reunirse en privado con algunos dirigentes priistas,
quienes le habrían presentado su denuncia sobre el presunto rebase del tope de
gastos en la campaña de AMLO y la supuesta inyección ilegal de dinero por parte
de gobiernos “de corte perredista”.
Pedro Penagos, magistrado del TEPJF,
hizo una dudosa y temeraria declaración pública en el sentido de que en su
fallo sobre la legalidad de la elección presidencial “no influirán las marchas
ni manifestaciones”.
Aunque subrayó que se apegarán
estrictamente a la Carta Magna, una lectura política de sus palabras nos dice
que él (y probablemente el resto de los magistrados) son de antemano de la
misma idea de su presidente, Alejandro Luna Ramos, quien anticipó hace unas
semanas que “nadie ganará en la mesa lo que no obtuvo en las urnas”. Es decir,
la impugnación no pasará y declararán a Peña Nieto Presidente electo.
Atrás quedarán, pues, para el
anecdotario, la descarada compra de votos, la inequidad, la certeza, el dinero
de dudosa procedencia y en exceso, las trampas, la corrupción, la burla
mundial, el sueño nacional por el avance de la democracia, la fresca irrupción
del movimiento estudiantil #YoSoy132 (convertido ya en otro enemigo, no
adversario, del sistema), la ilusa propuesta de AMLO de un Presidente interino,
etc. etc. etc.
En circunstancias tales, si bien el
#YoSoy132 mantendría su firme y admirable postura pacifista (a pesar de que
miles de sus simpatizantes continúan enarbolando la peligrosa bandera de “Si
hay imposición habrá revolución”), seguramente algunos grupos radicales
anti-PRI estarán dispuestos a todo, con tal de tratar de impedir que Peña Nieto
se siente en la silla del águila.
Así como al IFE le urge deshacerse de
lo que considera fútil o desechable respecto a la impugnación del Movimiento
Progresista y ya dejó para enero el resultado de las pesquisas sobre el
eventual dinero indebido en la campaña de Peña, los magistrados resolverán lo
más rápido posible no sólo lo concerniente a las dudas sobre la elección de
diputados y senadores, sino la de Presidente de la República.
Es decir, creo que no consumirán todo
el tiempo legal para su fallo (hasta el 6 de septiembre). Resolverán días antes
del 1 del mes patrio, fecha en que entra en sesiones el nuevo Congreso de la
Unión, a fin de que Peña empiece a negociar la aprobación fast track de, al menos, una de las llamadas “reformas
estructurales”, en este caso la laboral (que ya está “consensuada” por la
Legislatura actual), con el ánimo de buscarse legitimidad y, al mismo tiempo,
para echarle una manita a Felipe Calderón y se vaya con una tajada de ese
envidiable pastel político, puesto que éste sería el único probable “triunfo”
para su sexenio, visto desde la sociedad.
Esta votación en el Congreso, con la
mayoría PRI-PAN, más quizás algunos perredistas de la corriente de Los chuchos, sería también el indicativo
de que el futuro gobierno sí cumplirá sus promesas de campaña y, sobre todo,
será la punta de lanza para dejar claro que la ciudadanía no se equivocó en las
urnas y sólo “los violentos” se oponen al avance del país.
Además, con ello se pretendería
allanarle el camino a Peña para que tome posesión en el palacio de San Lázaro,
de manera “normal” y no como lo hizo Felipe Calderón, superprotegido por la
Policía Federal y el Estado Mayor Presidencial, entrando por la puerta de atrás
del salón de plenos y colocándose la Banda Presidencial de manera bochornosa.
¿Pero qué tan seguro sería esto?
De ser así, la presencia de fuerzas de
seguridad pública (granaderos, Policía Federal, Estado Mayor Presidencial,
soldados y hasta marinos) sería multitudinaria en los alrededores e interior del
recinto legislativo y Peña Nieto tendría que llegar en helicóptero porque miles
de integrantes del #YoSoy132 y otros grupos afines o no a los estudiantes se
apostarían en las calles aledañas desde uno o dos días antes del 1 de
diciembre.
¿Qué caso tendría dar al mundo un
espectáculo de esa naturaleza?
Según la nueva reforma política, en la
que se contempla en la Constitución (artículo 87) que la toma de posesión del
nuevo jefe del Ejecutivo federal sea ante el presidente de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, de no haber condiciones para hacerlo en el Congreso de la
Unión, el segundo escenario sería la sede del máximo tribunal del país.
Pero como éste también podría ser
cercado por los manifestantes, aunque las fuerzas del orden público lo protejan
varias calles a la redonda, el espectáculo sería el mismo.
Por lo tanto, se recurriría a un tercer
escenario: Los Pinos (el Auditorio Nacional no sería apto para un acto
protocolario de esa índole, además de que se rebajaría su importancia, por más
que se quiera tener a cientos de invitados especiales y darle un toque “ciudadano”).
Así, ni Felipe Calderón ni Peña Nieto se
verían expuestos a ser tratados mal por los legisladores del Movimiento
Progresista, ni por nadie más, y todo se haría ante las cámaras de televisión y
demás medios de información, con sonrisas de oreja a oreja.
Si la nueva reforma constitucional autoriza
que el cambio de la Banda Presidencial sea en presencia del ministro presidente
de la SCJN, se adapta uno de los salones de la residencia oficial, asisten los
integrantes de las mesas directivas de ambas Cámaras (sin la presencia de los
del Movimiento Progresista) y asunto resuelto. Peña llegaría en helicóptero y a
los demás asistentes les abrirían camino la Policía Federal y el Estado Mayor
Presidencial.
¿Qué más da que no estén presentes para
aplaudir jefes de Estado de otros países e invitados especiales, como siempre
se ha hecho, inclusive en 2006? Ya les invitarán el champaña en otro sitio de
Los Pinos.
Con ello, la idea de AMLO de un
Presidente interino, debido a un conflicto de impredecibles proporciones que
impida a Peña tomar posesión, se quedaría en eso: un sueño pejista.
¿QUIÉN QUIERE UNA GUERRA CIVIL?
Vistas las cosas
así, todo parecería ir viento en popa. ¿Pero quién nos asegura que ese grito de
marcha estudiantil de “Si hay imposición habrá revolución” se quedará en sólo
consigna callejera?
Este choro viene a cuento aquí porque
días antes de las elecciones del 1 de julio pasado salió a la luz pública una
novela que atrajo mi atención por la tesis que maneja: la guerra civil en
México, tras unas elecciones (éstas) conflictivas en extremo.
Hasta ahora, todo ha ido en calma... “Chicha”,
pero calma al fin.
¿Se mantendría sin escalar hacia el
rojo, a partir de que el TEPJF avale los comicios y declare a Peña Presidente
electo?
La novela referida es Coro de monólogos –México, entre la apatía y la tragedia- (Tercer Escalón Editorial,
2012), del joven y novel escritor mexicano Raúl Rodríguez Rodríguez.
Sin ánimo de ser un agorero de la
violencia, ni nada por el estilo, sino sólo respondiendo a sus “demonios
literarios”, pero consciente de que la realidad político-social mexicana
pareciera encaminarse hacia un escenario sangriento provocado por la feroz
lucha por el poder, el autor narra una historia que parte del resultado de una
contienda electoral en la que participan los mismos actores del 1 de julio
pasado.
Si bien esto es sólo el gancho
literario para atrapar al lector desde el primer párrafo de la novela,
Rodríguez Rodríguez va soltando lenta y temerariamente una intrincada serie de
sucesos nada agradables (ni mucho menos deseables) que pinchan al país y lo
desangran en una guerra civil con similitudes a la vivida en Libia para
derrocar a Kadafi y a la que ahora experimenta Siria.
Es decir, un conflicto armado entre dos
facciones en el que hay militares y civiles muertos, aunque la vida pasa con
aparente normalidad en ciertas zonas de las principales ciudades (el DF en
primer lugar) y/o regiones del país, dependiendo quién gobierne en ellas.
Raúl Rodríguez Rodríguez, metido en
asuntos políticos como ex funcionario público y ahora en un corporativo de
medios (MVS Radio) conoce muy bien los sabores y sinsabores de nuestro sistema de
gobierno y, sobre todo, de las pocas virtudes y muchos pecados de la clase
política. Para él, la historia nacional actual no ha variado prácticamente en
nada respecto a la de hace un siglo y por eso el desgarre sangriento en que
caen los protagonistas de Coro de
monólogos.
Lo que considera “la condición humana
desde la política” es su tratado en la novela para hacer un análisis de
nuestros políticos: ineptos, corruptos, convenencieros, tramposos, cínicos. O
sea, demasiado predecibles, aunque votemos por ellos, al parecer, sin mayores
cuestionamientos.
Todos, en lo individual y en grupo, son
parte de un rompecabezas que ni ellos mismos entienden ni quieren entender, ni
mucho menos armar y darle forma, o al menos que la ciudadanía los entienda y
acepte. Algo así como darle de comer al pueblo no lo que necesita, sino porque
no tiene nada en el estómago y ha de consumir lo que le den, con tal de no
morirse de hambre.
Y en ese coro personalista también
gritan los poderes fácticos, los mismos que durante el pasado proceso electoral
tanto daño habrían hecho a nuestra de por sí discapacitada democracia.
El autor pretende lo que muchos
deseamos y exigimos a la clase política: el rescate de la conciencia social,
del civismo y el humanismo, que tanta falta hacen y a veces pareciera que están
a años luz del pueblo.
Y para ello toma muy en serio el papel
del ciudadano “de a pie”, el mismo que ahora podría englobarse en la filosofía
del movimiento estudiantil #YoSoy132, cuyo principal propósito ha sido despertar
la razón ciudadana ante los que pretenden gobernarnos (políticos y poderes
fácticos).
Preocupado por lo que ve como apatía ciudadana,
Raúl Rodríguez Rodríguez sugiere con su novela que la efervescencia social se
revele como una catarsis pacífica y no termine con las calles y el campo
mexicanos teñidos de rojo sangre, que ya demasiada se ha derramado (y esto lo
digo a voz propia, aunque él coincida conmigo) en la estúpida guerra antinarco
de Felipe Calderón.
¿Qué tan lejos estamos los mexicanos de
un escenario de violencia como el que pinta en Coro de monólogos? Probablemente muy cerca, pero ojalá que la línea
divisoria sea tan complicada de cruzarse no por lo intrincada que se vea, sino
porque el ánimo de quienes quisieran atravesarla (y quizá de quienes quieran
que la atraviesen) no acumulen ni el odio, ni la desesperación, ni el hartazgo,
ni la furia necesarias para una aventura de esa naturaleza.
Tal vez el bando que pelea el poder
esté dispuesto a obtenerlo a como dé lugar y por sobre quienes se opongan, y a
veces así pintan las cosas, pero esperemos que, si ha de destaparse la cloaca
aún más de lo que ya está, la pestilencia no sea tal como para que el solo hecho
de que Enrique Peña Nieto sea declarado Presidente electo y eventualmente tome
posesión sin mayores problemas, nos arrastre a un conflicto armado.
Coro
de monólogos debe tener éxito en ventas porque el tema que trata es muy
interesante y muy nuestro, además de que está bien escrita, pero que, como se
dice vulgarmente, a Raúl Rodríguez Rodríguez se le haga la boca chicharrón y
que dentro de unos meses se le aplauda por tratar de ese modo la realidad
política y social mexicana actual, y que le estemos pidiendo otra novela
exitosa como se merece serlo ésta, su primogénita.
En entregas anteriores de esta misma
columna, he manejado la nada agradable hipótesis de que con Peña Nieto en el
poder podría haber represión policiaca, por la sencilla razón de que no
faltarán los grupos radicales cuyo enojo sea tal que se avienten al ruedo con
todo, en contra de lo que el mismo #YoSoy132 entiende como su “imposición” en
la Presidencia de la República.
Pero aunque no creo estar equivocado,
al igual que el escenario que pinta Raúl Rodríguez Rodríguez en Coro de monólogos, espero que sólo por
eso también a mí, como a él, se me haga la boca chicharrón, con tal de que no
tengamos que ver en las calles cuerpos ensangrentados ni siquiera por
garrotazos y patadas de los policías, como en Atenco, estado de México, en 2006.
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