jueves, 16 de febrero de 2012

ENTREVISTA A FREDDY SECUNDINO S.

Precocidades, actualidad de lo tardío

Entrevista con Freddy Secundino
Elvia Alaniz Ontiveros

Freddy Secundino es un periodista-escritor que a lo largo de los años ha adquirido la fuerza y destreza narrativa que hoy exhibe sin pudor en Precocidades (Grupo Resistencia, 2006, prólogo de Miguel Ángel Quemain).
Sus recursos literarios, fueron tomando forma a lo largo de tres décadas hasta convertirse en una travesía de anécdotas y experiencias contadas en 19 cuentos cortos. Aunque sus primeros ensayos escribanos datan de su niñez.
Con tono irreverente, negro, sarcástico, romántico, erótico o crudo, ensaya sobre el yo interior, y narra lo mismo a través de voces infantiles, que de mujeres quienes descifran sus necesidades o simplemente se explican la vida desde su individualidad, su amor o su sexualidad.
Pero, escribir es en repetidas ocasiones lo más lógico cuando en una familia alguien se ha inclinado por esta profesión. Freddy Secundino, proviene de uno de esos hogares. Pues supone que su vocación por el periodismo y la literatura “debe ser algo genético”, ya que, hace poco tiempo descubrió que su abuelo –quien apenas sabía leer y escribir- en algún tiempo llevaba un diario.
En su ahora faceta de escribir, su padre tiene también mucho qué ver, pues a él “le gustaba mucho leer: papel con letra que caía en sus manos, lo leía. Pese a que por esa época Freddy aún era un niño recuerda perfectamente las revistas de cabecera de su padre “Siempre e Impacto, para asuntos políticos y Alarma! para enterarse de las aberraciones humanas”.
“Por las primeras, como se le daba la política en el pueblo, se enteraba del acontecer nacional y lo aplicaba en su quehacer de Comisario o Comisariado Ejidal -cargos que desempeñó en varias ocasiones-. Pues en una de esas revistas aprendió la historia de México, de memoria. Por él, y por ese hecho, yo aprendí a leer antes de ir a la escuela”.

El cuento, una hiperrealidad

El ejemplo de su padre y el gusto de Secundino y por la música lo inclinaron al “deseo por aprender y contar historias (desde pequeñito, mi abuela paterna me contó infinidad de anécdotas sobre la Revolución Mexicana, de lo que por supuesto escribiré). Me encantaban los corridos, y en la clandestinidad, poco después de que aprendí a escribir, a eso de los seis años de edad, parodiaba todo el corrido que me gustaba, con letra sobre alguien conocido (si se trataba de un personaje) o algo (si la cantada era otro tipo de historia)”.
De esos primeros ensayos por componer conoció la métrica, la rima, el ritmo “y todo eso que tiene que ver con la poesía, y con los años me llevó a escribir mis propios poemas, cosa que aún hago, y poco después cuentos (tal vez por ser historias cortas). Fue hasta cuando gané un concurso en la Universidad (con el cuento Tal vez lo mismo, incluido en Precocidades) que me decidí a continuar con ese prurito literario, si bien ya había escrito algunos que, en su mayoría, terminaron en el bote de la basura”.

— ¿Por qué escribir cuentos y no novelas?

— También me da por la novela, sólo que los cuentos -quizá por la falta de tiempo- se me han dado más. Tal vez tenga que ver igualmente con la obligación que como periodista desarrollo con textos cortos. En estos momentos estoy enrollado en tres novelas, dos de iniciación relativamente reciente y una que comencé hace muchos años. Como requieren de más tiempo para su elaboración, me permiten guardarlas y apurarme con los cuentos, pero últimamente me ha dado por estar con ellas y con ellos. Aunque estoy convencido de que si quiero publicar algo, debo decidirme por unas u otros. Y debido a la "facilidad" con que se me dan los cuentos, creo que las novelas tendrán que soportar más tiempo la frialdad del CPU de mi computadora.

— ¿Considera que sus cuentos realizan alguna otra labor aparte de la de ser leídos?

— Ojalá sirvieran para algo más. Eso lo decidirá cada lector, según lo que sienta que le aportan. Lo que yo hice fue engendrarlos inspirándome en hechos vividos directamente e interpretados con mi soberano capricho, o desarrollados a partir de lo que me hubiere gustado ver, vivir o saber sobre algún tema en específico. Varios de ellos son una interpretación intolerante de la vida o basados en una anécdota propia o ajena. Todos, sin embargo, tienen que ver con la humanidad: al llevar la intención de retratar de algún modo la condición humana, cualquiera puede verse reflejado o reflejada en algunos de ellos.
Cada uno es, sin necesariamente definirlos como tal, una hiperrealidad. Si he de imponerles una etiqueta, cosa que prefiero que lo haga cada lector, debo decir que son para verse reflejado en ellos, es decir, son un espejo de nosotros mismos. Si el lector no lo ve así, con lo que digo ya me curé en salud.

— ¿Cómo va dándole forma a un cuento?

— Podría parecer un exceso de vanidad, pero normalmente primero construyo la historia en mi mente, la pulo mentalmente y luego me pongo a escribirla. Para esto pueden pasar horas, días o semanas, inclusive meses. Como presumo de tener buena memoria, pues difícilmente se me olvida algo que haya pensado al respecto. Y si acaso llega el momento en que al reactivar las neuronas se me olvida algo, pues en cuanto puedo me pongo a transcribir lo ya imaginado. Por lo regular, escribo la historia completa y después corrijo, ya sea que sólo quite y agregue o modifique algo, pero casi siempre se queda como en la memoria lo construí.

La reinterpretación de historias

— ¿De dónde provienen todas esas características que nutren sus cuentos?

— Como dije antes, son historias que me cuentan y que reinterpreto con mis propios personajes, circunstancias, principio, desarrollo y final; o de plano son acontecimientos que nacen y crecen con vida propia en mi cabeza. ¿Qué me los provoca? Pues tiene mucho que ver mi condición de periodista: lo que veo y escucho. Algunos de mis cuentos son notas periodísticas que reescribo a mi modo; cuando he terminado no tienen nada qué ver con la original, y de eso se trata. A veces pongo lo que no quisiera que sucediera, o al revés, o mis personajes tienen particularidades o son como no quisiera ser yo o nadie en este mundo, o viceversa. Depende del momento en que se me ocurra una historia.

— ¿Cómo hace para construir ese otro mundo que se desarrolla en cada uno de sus escritos?

—Siempre he pensado que los personajes de cada historia, desde el momento de ser engendrados, adquieren algo así como una especie de conciencia adulta y te van diciendo cómo quieren ser vistos o qué quieren hacer. Aunque los míos son muy solidarios, pues si digo "a esta chava la quiero mala", de repente tengo a la mujer o niña más mala como la que más, o si quiero a un hombre impertinente, pues lo tengo a más no poder. De repente creo que hay mucha gente en mi cabeza que quiere que la cuente en un cuento o una novela, y yo estoy encantado de hacerlo.

— Cuando se incursiona inicialmente en el periodismo y luego en la literatura, es fácil llevar recursos de lo primero a lo segundo. ¿Es consciente de que en su libro no se advierten estos recursos narrativos?

— Bueno, en Precocidades sí intenté mezclar de algún modo el periodismo. En el cuento “La caníbal”, por ejemplo, la forma como está narrado y dividido es intencional, en ese sentido. Si bien no es muy claro -se trataba de no ser evidente-, mezclo la técnica periodística -cual nota informativa o reportaje- con la literaria -la ficción, la invención-, de modo tal que a veces la historia pareciera que se está leyendo en un periódico o una revista como nota del día, o en un cuento. Y a veces salto intempestivamente del periodismo a la narrativa. Hay otros, como “Tal vez lo mismo”, que es una crónica que, vista de reojo, bien podría encontrarse en un periódico o revista, sólo que contada con el recurso de la primera persona, para hacerlo más crudo. De igual modo, está “La carta”, uno de los que escribí siendo yo un jovencito. O Penalty, que es muy cruel.

El espejo de la realidad

— ¿En sus escritos hay una intención de dar un mensaje?

— No pretendo dar lecciones de ninguna naturaleza. Si algo ha de desprenderse como aprendizaje de los personajes o las historias en lo general, es que ni todo es bueno ni todo es malo. A eso me refiero cuando digo que son como un espejo de la realidad: en este mundo nada es aburridamente blanco ni nada es malignamente negro. Y si ese mensaje se nota en mis cuentos, pues me gusta que así se tome. En Precocidades, nadie ni nada es del todo bueno ni del todo malo. Las "buenas conciencias" terminan siendo las peores, y viceversa, y eso es divertido. Al ver a la gente le cuelgas una forma de ser, y al conocerla de cerca resulta todo lo contrario. Eso es divertido.

— ¿Tiene un método para escribir?

— Sólo platicar con mis personajes detalladamente su historia. No hay ni método -salvo lo que ya dije del ejercicio de memoria-, ni tiempo, ni día, ni hora, ni circunstancias. Cuando ya no aguanto el tamborileo de mis dedos en el aire, quiere decir que mis personajes ya me los agarraron, no soporto sus cosquillas y entonces me pongo a escribir.

— Tiene más de 20 años que inició con sus escritos hoy contenidos enPrecocidades. ¿Por qué reunir en su libro esta serie de cuentos luego de tanto tiempo?

— Los 19 que contiene Precocidades los escribí en el lapso de unos 30 años, aproximadamente (empecé chamaco). Algunos son de reciente creación, si bien ya los tenía en mi cabeza desde hace mucho. Otros son muy jóvenes. Debo decir que en algún momento, el colega Roberto Vallarino, cuando leyó “Tal vez lo mismo” y otros -algunos no están en este libro- me ofreció publicarme en la UNAM (él coordinaba una colección de escritores jóvenes), pero yo no me sentía seguro de todos, y rechacé su invitación, cosa que le molestó porque si ya los había escrito, me dijo, debía publicarlos, y aunque me insistió, no acepté. No quería publicar para sentirme escritor sólo por haber publicado un libro.

— ¿Algunos de esos escritos quedaron como hace 20 años?

— No, ninguno está en Precocidades como cuando, por ejemplo, Vallarino los leyó y quería publicarlos. Si bien en lo general fue mínima la corrección que les hice, sí utilicé, en algunos casos, el bisturí, o les practiqué la liposucción, o los alimenté para darles más cuerpo y energía.

— ¿Fue intencional que sus cuentos puedan leerse aleatoriamente?

— Sí, qué bueno que lo nota. No sólo en cuanto a la extensión, uno corto y luego uno extenso, sino en el tipo de personaje(s) o historia: la bondad seguida de la maldad, la inocencia después de la indecencia, el drama enseguida de la tragedia, el desamor antes del amor, etcétera. Quise jugar con la tolerancia y la intolerancia del lector. La intención es que cada historia sea como una descarga eléctrica para quien está leyendo.

— Aborda el amor, el romanticismo y la sexualidad femenina vistos a través de los ojos masculinos, en varios de sus cuentos. ¿Por qué?

— Toda mi vida he vivido rodeado de mujeres, por naturaleza o por las circunstancias: en mi familia hay más mujeres que hombres, y en los lugares donde he trabajado, por coincidencia o porque yo he tenido la oportunidad de así decidirlo, ha habido, al menos, la mitad mujeres y la mitad hombres. Eso me ha ayudado mucho a conocer algo de la mujer, más de lo que hasta ahora pude haber aprendido en situaciones diferentes.
Además, cuando tengo alguna duda sobre el pensar o actuar de las mujeres, si alguna de mis hermanas o sobrinas está cerca, le pregunto lo que quiera, y si es una amiga, pues también. Yo no puedo vivir sin mujeres junto a mí, y no es un sentimiento machista ni nada por el estilo. Me encantan, y al escribir siempre he de pensar en ellas, aunque mis personajes sean varones.
Para escribir los cuentos de Precocidades en los que hay mujeres, recurrí a las que tengo en mi familia y a mis amigas. A ellas les debo, en buena medida, que haya logrado lo que se note como logrado en cada historia de y/o con mujeres: esa parte tan olorosa y exquisitamente femenina, por cierto, creo, que mejor traté en el cuento “La voz de la experiencia”, en el que hablo del amor en la tercera edad, en una mujer de 70 años que, además, pierde la virginidad a esas alturas y es tan rico, regocijante e inolvidable como si le hubiera sucedido en plena juventud. Para mi gloria, una lectora casi de esa edad me agradeció haberlo escrito... O la infidelidad en ”Edipo y yo”, en el que una señora confiesa su desahogo sexual extramarital y le sirve de amarre en su maduro y rutinario matrimonio. ¿Cuántas féminas están reflejadas en ellos? Muchísimas. Y si se quiere tierno, está “Mis carritos”, una parodia infantil sobre los juguetes bélicos que, por lo regular, es algo que enseñan los padres a los hijos varones, y que narro en voz de una niña que escribe su diario.

Los textos no tienen sexo

— ¿De qué están hechas las mujeres de sus cuentos?

— De lo mismo que están hechos los hombres en sus historias: de bondad, de maldad, de verdades, de mentiras, de fortaleza, de debilidad, de virtudes, de pecados, de amor, de desamor, de crisis, de emociones, de traición, de honestidad, de ingenuidad, de malicia, de trampas, de inteligencia, de astucia, de intuición, de fidelidad e infidelidad... El ser humano en la literatura, cuando se trata de mostrar sus pros y contras, da lo mismo el sexo que tenga entre sus piernas.

— ¿Es posible el amor para sus personajes?

— Por supuesto, hay algunos que arrastran el amor interminablemente. A veces creo que hasta llegan a desesperar, aunque en el fondo su mentalidad nos diga todo lo contrario o mi intención al hacerlos actuar haya sido ponerlos como el más desenamorado o la más desapegada. Y no estoy hablando necesariamente del amor al prójimo. Si he de citar un ejemplo, está “Los recolectores de estrellas”, en el que un viejito se deshace en el amor a lo ya ido, a la nostalgia, a lo que no será, a la nada, pero lo rescata de tal modo que logra inculcarle a sus nietos el amor por lo que la naturaleza o el hombre destruyeron y uno de ellos termina imitándolo en su anécdota. Es tan dulce y tan tierno, que lo termino en verso libre rimado, como recurso para ilustrar la pureza.

— La niñez es otro de los temas en su libro. ¿En qué consiste ser un niño?

— Debo decir, orgullosamente, que yo, a pesar de las carencias propias de una comunidad pequeña y donde los servicios públicos eran muy pocos, tuve una infancia feliz, rodeado de bosque, de agua, de aves, de mar, de naturaleza. De no haber sido así, no habría parodiado corridos ni habría aprendido a leer antes de entrar a la primaria, ni habría empezado a escribir poemas y cuentos en la primera década de mi vida. En mis cuentos, ser un niño es eso: alguien que vive y sueña, aparte de jugar; alguien que ve y cuenta lo que ve; alguien que pregunta todo el tiempo y escribe la interpretación que da a las respuestas que obtiene; alguien que aprende de lo que ve y escucha y luego lo enseña a un niño o a un adulto; alguien que participa en el desarrollo de los adultos; alguien que construye con lo poco que ya vivió...

— Hay en Precocidades también un espacio para la crítica política. ¿Es que un narrador nunca deja de ser periodista?

— Desde el momento en que pienso en fabricar una especie de espejo de la realidad, me fijo una opinión de algo o alguien. Y si esa historia que construyo tiene que ver con un asunto político, pues seguramente mi condición de periodista me ayuda a ello. Además, la realidad nacional y mundial tienen muchos huecos que desprenden pestilencias que no tenemos que soportar. Si somos detallistas, como yo lo soy, nunca falta un tema que pueda ser visto desde la literatura, si de eso se trata.
En Precocidades, desde el momento en que me propuse reunir los cuentos para el libro, pensé en incluir las parodias infantiles, que tienen mucho tinte político y son una burla a los adultos que nunca maduran y, por el contrario, se quedan en lo peor de la infancia: actúan infantilmente porque juegan con lo que no deben jugar, cometen los errores que no deben cometer.
Por eso la parodia al cinismo y la hipocresía en el tema electoral en “Mami, yo no quiero ser grande”, o al levantamiento del EZLN en “Rebelión en Canicalandia” (por cierto, me llamó la atención que en Oaxaca, cuando la Policía Federal Preventiva desarmó a los policías estatales, éstos traían resorteras con canicas, como los niños de mi cuento; y en Tijuana sucedió lo mismo; a lo mejor sus jefes ya me habían leído)...
No es que haya querido hacer un tratado sociológico o antropológico, solamente conté historias en las que quise desnudar a mi modo la sinrazón de los adultos. Puedo citar de modo especial “¿Por qué la mató?”, una historia condicionada que el lector debe escribir, pues el cuento es la respuesta a la pregunta del título y, por cierto, creo que es el cuento más corto que alguien haya escrito en México y otros países: son sólo dos palabras y en total son ocho letras, pero (creo) con mucho contenido social. Y también “Aaagghh”, en el que hablo de la deforestación, del calentamiento global, de la falta de agua... O “De buena suerte”, sobre el desempleo, el subempleo, de las relaciones laborales... O “La carta”, sobre la migración del campo a la ciudad y todo lo que ello conlleva, como el desempleo, la marginación, el racismo, la lucha de clases... Son temas que de tan nuestros, son universales.

El narrador como espectador de sus propios personajes

— Hay cuentos del libro, como “Don Severiano”, en los que por momentos pareciera que los diálogos están escritos para el teatro. ¿Fue intencional?

— Cuando pongo una conversación entre dos o más personajes, no puedo dejar de imaginarme con claridad el escenario en el que hablan. Muchas veces el diálogo depende del espacio en el que los ubique. En ese momento yo soy un espectador de ellos, o más aún, me desdoblo en varios actores. Y sí, para construir un diálogo, una de dos: o me imagino un teatro o una pantalla de cine. Creo que prácticamente todo Precocidades es muy cinematográfico.

— ¿Es el mundo de su infancia el que está en el libro?

— Algunos cuentos contienen algo de mí, como niño, como adolescente o como adulto. Donde hay niños, a veces aparezco yo o alguien conocido. O simplemente son historias que creo al ver a niños en ciertos lugares y que traslado tal cual o modificado en mis cuentos. Para que la historia sea más creíble o asimilable, lo mejor, creo, es aparentar que yo soy el protagonista de la misma, aunque no tenga nada de mí. Son las licencias gratuitas que da la literatura.

La crudeza y frialdad en sus escritos

— “La Caníbal” es un cuento que llama la atención por su crudeza. ¿Es el tema o es la propia escritura del cuento?

— En ese cuento, que -por cierto- ha resultado polémico por su crudeza y frialdad, mi intención era destacar el tema y la forma de tratarlo. La antropofagia, hasta donde sé, casi no ha sido tratada por los escritores y quienes lo han hecho prefieren sólo mencionarla o verla en su superficie. ¿Por qué? Tal vez por lo asqueroso que, de entrada, tiene. O lo maligno, no lo sé.
Para mí, en literatura no debiera haber ni juicios ni prejuicios, ni condenas ni cadenas. Cualquier tema puede ser escrito y leído con ansiedad, por más aberrante, abominable o despreciable que parezcan el o los personajes o los hechos contados. Lo que yo quería, desde que se me ocurrió el tema, era escribir algo que fuera lo más increíble que pudiera, desde el personaje hasta lo que ese personaje hace o como lo cuento.
Creo que matar a una persona y cocinarla o comérsela cruda puede ser para muchos, si no para todos los humanos, lo más bajo a lo que pueda llegar alguien. Y si yo quería retratar la repugnancia humana, si mi intención era poner en mi vitrina a un ser increíblemente detestable, debía encontrar al personaje que, según yo, fuera el más contradictorio. Por eso mi protagonista es una mujer bella, una mujer incondicionalmente atractiva en todos sentidos: hermosa en su físico, agradable en su bondad, estudiante y profesionista ejemplar, adinerada, altruista como pocas, caritativa casi casi como la Madre Teresa de Calcuta. En fin, como una aguja en un pajar.
Pero ese ser desesperadamente hermoso también tiene su lado negativo, como todos. Y yo sabía cuál era y qué era capaz de hacer y cómo. Entonces, si yo tenía la exclusiva, tenía que darla como la cuento. Y si la maldad en ella es tal como para contarla de tal modo que me lo crean, pues tengo que decirla tal cual, con la crudeza con que ella realiza sus fechorías.
No ha faltado quien me ha dicho que la forma como trato en “La caníbal” el tema de la zoofilia -algo que, creo, nadie se ha atrevido a escribir- no es literatura. ¿Y por qué esos mismos lectores se emocionan y se excitan con las aberraciones que narra el Marqués de Sade? ¿Sólo porque otros no se atreven a escribirlo, yo no lo haré tampoco? La asquerosidad en una historia escrita está en la conciencia del lector. A fin de cuentas, son sólo palabras.
Además, si no al mismo nivel, hay muchas historias semi clandestinas sobre antropofagia y zoofilia. Es sólo cuestión de echarse un clavado en la internet o en los videos pirata que se encuentra uno en todos lados. Nada es ajeno a la realidad. Todo está allí, sólo hay que rascarle un poquito a veces. Yo estoy seguro de que Prudencia -el nombre es intencional-, mi caníbal, existe en la vida real, inclusive, en México.
Alguien me contó que en internet conoció a una pareja mexicana que hace videos porno cuyos protagonistas son ella y su perro, y él -el hombre-, los filma mientras tienen sexo. Y ya editados, los suben a la red. ¿Qué de raro hay entonces en mi cuento? Sólo la forma como lo escribo. Pero es como si estuviéramos viendo uno de esos videos que pululan en internet. Debo decir que me costó no sólo mucho tiempo escribir el cuento (unos tres meses, escribiendo casi a diario), sino tolerancia a ciertos rescoldos de prejuicios mal habidos en mí.
Hay lectoras que me han felicitado por escarbar tan profundo en la psique femenina, en La caníbal descubierta al máximo. Pero he de subrayar que en este cuento están tratados todos los sentimientos humanos, es algo así como el resumen de todo el libro: va del amor más puro a la impureza más detestable, de la bondad sin reclamos a la maldad sin concesiones, de la gentileza ejemplar a la crueldad más aberrante. Lo peor y lo mejor del ser humano, concretamente en una mujer que a primera vista es la antítesis del título del cuento. Una lectora conocida, una señora "bien", sesentona, me dijo que mientras lo leía tuvo que dejarlo en tres ocasiones para ir a vomitar al baño; "¿y no terminó de leerlo?", le pregunté; "lo que más te admiro es que regresaba ansiosa por continuar leyéndolo, hasta que lo terminé"... Es el mejor elogio que he recibido para ese cuento.

La literatura no tiene edad

— ¿Cuáles de sus lecturas literarias logra encontrar en este libro?

— Creo que esa pregunta debieran responderla los lectores. Yo no escribo para que hallen en mis escritos a mis maestros literarios o periodísticos. Lo que aprendo de ellos me sirve sólo para mejorar a la hora de plasmar sobre el papel o la pantalla de la computadora una idea. Si hay alguna similitud entre una historia mía y la de alguien conocido o desconocido, es cosa de quien nos lea.

— ¿Hay lecturas que le apasionen, pero que usted sienta que nada tienen qué ver con lo que escribe? Si es así, ¿puede mencionar algunas?

— Son muchos los autores que me apasionan, en veces más que en otras, pero ninguno de sus escritos tienen qué ver con los míos.

— Usted esperó 20 años para publicar estos trabajos (aunque es un decir, pues la última revisión lo convierte en un libro reciente). ¿El expresar estas ideas ahora no le da la impresión de que debió hacerlo antes?

— No busqué su publicación antes no sólo porque no los tenía bien maduros, según yo (ya conté lo sucedido con el ofrecimiento que me hizo Vallarino), sino porque siempre que pensaba en hacerlo desistía porque me daba flojera andar de puerta en puerta en las editoriales, para ver en dónde me publicarían (hay en México una regla no escrita entre ellas que les dicta que un escritor novel no vende y, por lo tanto, difícilmente aceptan a la primera, y cuando aceptan te programan para un año o más después de que te aceptan). Afortunadamente, en Resistencia me encontré con una mujer más que bondadosa, buena lectora, como lo es Josefina Larragoiti, a quien le bastó, según me dijo desde el principio, leer tres cuentos dePrecocidades para ofrecerme la edición del libro, cosa que acepté de inmediato. Nunca es tarde para empezar a publicar. La literatura no tiene edad.

— ¿Se siente usted parte de una generación de escritores? ¿Es amigo de escritores con los que intercambie puntos de vista?

— Abomino las mafias en la literatura y en el periodismo. A los escritores que conozco los he tratado (eventualmente) en mi condición de periodista, y con quienes he tenido o tengo cierta cercanía es más bien en ese plan. Me aburren las reuniones dizque "de altura literaria", en las que lo único que flota en el ambiente es el ego y la soberbia. Para ególatra y soberbio me basto yo mismo. No tengo necesidad de presumir en sociedad lo que me considere como una virtud, quien me lo descubra en mis escritos que mejor me promueva, con eso me basta y sobra. Como escritor, la autopublicidad prefiero hacérmela retando a quien se me ponga enfrente y pedirle que me lea, y si no le gusta lo que escribo, que regale el libro y no ocupe en balde un espacio en su librero, tal vez se lo agradezcan.

— ¿La amistad entre escritores le sirve de algo a la literatura? Es decir, ¿puede dar ideas o modificar puntos de vista?

— Cuando alguien, escritor o no (entre mis lectores no hago ninguna diferencia) me dice "me gustó tu libro", le pido que lo recomiende, que sería el mejor comentario que me pudiera dar; si un colega destroza una historia escrita mía y alguien que no escribe me la aplaude, me quedo con la segunda opinión, por una sencilla razón: aun entre amigos, en este mundillo hay mucha envidia y cerrazón, muchos no aceptan que alguien les "gane" una idea, sobre todo aquellos que creen que sus historias son la gran novedad o que la forma como ellos creen "debe" escribirse es la correcta. Es importante escuchar puntos de vista sobre cómo tratar una historia o un personaje, y a veces te sirve para darle alguna variante a alguna tuya, pero no porque lo diga otro escritor o "crítico literario" voy a cambiar mi narración. A lo mejor lo que me diga como lección o lo que "debo" hacer me ayuda a sostener con mayor seguridad lo que he escrito, aun siendo todo lo contrario a su dicho.


*Entrevista a FREDDY SECUNDINO S., para la página web www.excentricaonline.com, a propósito de su libro de cuentos "PRECOCIDADES" (Editorial Resistencia, 2006).

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